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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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papá, llenaban sus copas con vino ritual, y las alzaban en honor del abuelo que<br />

no conociste, y brindaban por su devoción, por su salud, y su vida al servicio<br />

del Libro?... ¿Te conté eso?<br />

—Me lo contaste, vieja. Y el viejo contó esa historia. Y se reía cuando la<br />

contaba, como si la contara por primera vez, y no fuese él quien la contaba.<br />

—Te conté eso, ¿eh? ¿Y vos estás seguro que papá la contó más de una<br />

vez? —preguntó mamá, asombrada, quizá, de las infidelidades de su recuerdo.<br />

—Me lo contaste, vieja —repetí, abstraído, fatigado, todavía paciente.<br />

—Si vos lo decís... —susurró mamá, recelosa—. Pero ¿por qué se reía?<br />

—Le regalaba un minuto de gimnasia al corazón, supongo.<br />

Mamá me tomó del brazo, y caminamos lentamente a lo largo de la sala<br />

fresca y en penumbras, y ella, en voz baja y sigilosa, me preguntó si ya me había<br />

contado que se acostaba, en la misma cama, con un despojo, y que las noches<br />

eran eternas, y que, acostada junto al despojo, ella escuchaba los nombres de<br />

fugitivos gloriosos, y escuchaba de grandes gestos traicionados, y escuchaba<br />

maldecir a los traidores.<br />

Hablaba, dijo mamá, la voz baja, serena, conspirativa, a multitudes<br />

desvalidas; las arengaba con su antigua voz de batalla; les mostraba, a los que<br />

eran como él, que la Revolución es posible; y les exigía que se emanciparan de<br />

la desesperación y del hastío, y que ingresaran en la escuela del odio si, en<br />

verdad, deseaban que la Revolución perdurase. Amanecía exhausto, dijo mamá,<br />

y pálido, y el cuerpo inmóvil, los ojos abiertos a la primera luz de la creación,<br />

que lo reinstalaba, mudo, en las expiaciones y el horror de la vida.<br />

Y mamá dijo, alzándose hasta mi oído, en la sala fresca y en penumbras,<br />

que hubo una noche en la que Reedson se impacientó, y decidió no propiciar<br />

esos viajes de una inmolación necesaria y obstinada y cruel a una realidad<br />

quieta y vacía, y a un tedio aséptico, y a la inevitable degradación de la carne.<br />

Entonces, sin apuro, lentamente, sonrió a su mujer, sonrió a la televisión, sonrió<br />

a la gente en la calle y, en la sombra pura de una madrugada, sonrió a la nada<br />

que comenzaba a enfriar su sonrisa.<br />

Mamá se soltó de mi brazo, y preguntó, sin aflicción, ensimismada:<br />

—¿Sabes qué Revolución era posible para él, que no es posible para los<br />

otros hombres?<br />

Poco a poco, llegaron los escasos amigos de Reedson. Besaron a mamá, me<br />

abrazaron, se refugiaron en los rincones más alejados de la sala. Fui de uno en<br />

uno: susurraban, ellos también, la diezmada letra de los pobres y oprimidos;<br />

removían papeles mohosos; exaltaban sus antiguos gritos de alegría y libertad y<br />

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