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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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la pieza que era el testimonio mudo de los desmoronamientos del presente, y<br />

ocupaban las escaleras y las azoteas cercanas, y le invadían el sueño, y lo<br />

atormentaban con tenazas llameantes; cuando los reconoció como los<br />

expropiadores de la esperanza que nutrió su bravía e indomable juventud, sin<br />

que él, con la lengua de los profetas, convocara a los desposeídos a reeditar la<br />

hazaña de David, se prohibió el tabaco y el vino. Y cuando se negó el tabaco y el<br />

vino, cuando optó por el silencio, la mirada acuosa y lejana de quien regresa de<br />

un mundo yermo y frío, borró de su pasado, y para siempre, al orfebre tenaz de<br />

la huelga de los albañiles, ese paro feroz que ajó la modorra parroquial de<br />

Buenos Aires en el verano de 1935, y al orador apasionado de las asambleas de<br />

su gremio en el salón Garibaldi, en el salón Unione e Benevolenza, en el cine<br />

Rívoli de Villa Crespo. Ni alcohol, ni humo, ni memoria. Vejez. Y la muerte que<br />

entra a su cama. Y él, que no grita, que sella su boca. Y él, que mira a la muerte,<br />

solo y en silencio.<br />

A veces, se meaba. Y otras, la fetidez de una caca oscura manchaba, bajo<br />

las frazadas, sus ropas, su pellejo quebradizo y amarillento, las sábanas que<br />

mamá le cambiaba día por medio, hablándole, contándole historias<br />

incoherentes, piadosas, tibias rememoraciones de sueños abolidos. Y Reedson,<br />

enroscado en las sábanas que hedían, respondía, abochornado: “Límpienme,<br />

por favor... Límpienme..., no fui yo..., no”.<br />

Mi madre, acompañada por su hermana, la madre de Rodolfo, llegó a las<br />

dos de la tarde al velatorio, y también se paró frente al ataúd. Lloró, y yo<br />

agradecí, no sé bien a qué o a quién (¿a la lucha de clases?, ¿al infierno, al cielo,<br />

al manso estupor de la ancianidad?), que no se entregara a esas escandalosas<br />

representaciones de las mujeres judías cuando de desconsuelos y penas<br />

irreparables se trata. Pensé que cincuenta años de convivencia con un hombre<br />

que osó decir no cuando sus camaradas decían sí, y los patrones decían sí, le<br />

sofocaron el recurso de esas catarsis teatrales que el exilio, el ghetto y el<br />

antisemitismo militante incorporaron al deslumbrante registro artístico de su<br />

raza.<br />

Mamá suspiró, cabeceó, se pasó un pañuelo por los ojos, y me dijo:<br />

—Que cierren el cajón. Papá nunca quiso que lo miraran cuando dormía...<br />

Papá decía que era parecido a su padre, que fue un hombre santo, y que lo<br />

martirizó, en nombre de Dios, nadie sabe cómo... ¿Te conté que papá fue hijo<br />

único, y que su padre, hombre santo si los hubo, concibió a papá cuando ya era<br />

un viejo, casi sin fuerzas para llegar a la cama?... ¿Sí? ¿Te lo conté? ¿Y te conté<br />

que el padre de papá le hacía recitar la Torá delante de los rabinos, y los<br />

doctores de la ley, en la gobernación de Lomza, y papá no se equivocaba ni en<br />

el tono, y los doctores de la ley, y los rabinos, para celebrar la erudición de<br />

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