Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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09.05.2013 Views

de Spartakus por otro más fácilmente legible, más fácilmente recordable y plural, importaron un director norteamericano que, por lo que le dijeron a Frankel, se mostró descontento e irritado con los actores que probó para el papel del Galileo de Brecht. Yasha, dijo Ruth. Yasha se abrochó el sacón que amortiguó la furia profesional de los custodios y, sin hablar, acompañó a Frankel y a Ruth hasta una sala con calefacción y butacas afelpadas. Frankel dijo que Yasha compuso un Galileo creíble. Simplemente eso: creíble. Creíble el Galileo que cede antes de que lo encadenen a la mesa de tormentos, y reniega de la audacia de sus hipótesis; creíble el Galileo hereje, que no abjura de sus investigaciones y de los desasosiegos que ellas proponen. Y Frankel, desde el lugar al que llegó, sonreía a algo, y la sonrisa era compasiva, y era, también, un fino trazo de escarcha que se desvanecía como tocado por el fuego. No habían terminado las cavilaciones del director norteamericano, y de quienes rebautizaron a Spartakus, acerca de los riesgos que afrontarían si contrataban a un tipo imprevisible como Yasha, cuando Yasha, dijo Frankel, se abrochaba el sacón, y volvía a irse. Ruth se prendió de mi brazo, dijo Frankel, y los dos seguimos a Yasha. Yasha caminaba con el paso de un hombre joven. Yasha cruzó una estación de ferrocarril. Ruth, dijo Frankel, llamó a Yasha. Yasha, callado, cruzó la estación de ferrocarril, como si la estación de ferrocarril, no fuese, de noche, un escenario desierto. Yasha, lejos de las frías luces de la estación de ferrocarril, se acostó en las vías del tren. Yasha, acostado en las vías del tren, tenía un cigarrillo en la boca. Frankel dijo que le encendió el cigarrillo, y le deseó una actuación como nunca antes se le conoció arriba o abajo de un escenario. Frankel apretó, con su brazo, el brazo de Ruth, y Ruth y Frankel caminaron hacia las frías luces de la estación. Frankel dijo que Ruth se soltó de su brazo y corrió hacia las vías del tren. Frankel mira las piernas de Ruth que corren hacia las vías del tren, y a Ruth que se arrodilla en las vías del tren, la cara de Ruth por encima de la brasa del cigarrillo que fuma Yasha. Frankel gira sobre sí mismo y abandona el escenario. Y eso, creo, es lo que mira Frankel desde el lugar al que llegó. Frankel volvió a servir coñac en nuestros vasos, y alzamos los vasos, y nos tomamos el coñac de nuestros vasos. Frankel me dijo que bajara despacio la escalera y que cuidara mi salud. Caminé, despacio, el largo pasillo iluminado por una lámpara que cuelga del techo, que cede a las grietas y la humedad. Frankel me dijo que a esa hora de la noche —la hora en que me despedí de Frankel— volvía Ruth. O un poco 160

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de Spartakus por otro más fácilmente legible, más fácilmente recordable y<br />

plural, importaron un director norteamericano que, por lo que le dijeron a<br />

Frankel, se mostró descontento e irritado con los actores que probó para el<br />

papel del Galileo de Brecht.<br />

Yasha, dijo Ruth.<br />

Yasha se abrochó el sacón que amortiguó la furia profesional de los<br />

custodios y, sin hablar, acompañó a Frankel y a Ruth hasta una sala con<br />

calefacción y butacas afelpadas. Frankel dijo que Yasha compuso un Galileo<br />

creíble. Simplemente eso: creíble. Creíble el Galileo que cede antes de que lo<br />

encadenen a la mesa de tormentos, y reniega de la audacia de sus hipótesis;<br />

creíble el Galileo hereje, que no abjura de sus investigaciones y de los<br />

desasosiegos que ellas proponen. Y Frankel, desde el lugar al que llegó, sonreía<br />

a algo, y la sonrisa era compasiva, y era, también, un fino trazo de escarcha que<br />

se desvanecía como tocado por el fuego.<br />

No habían terminado las cavilaciones del director norteamericano, y de<br />

quienes rebautizaron a Spartakus, acerca de los riesgos que afrontarían si<br />

contrataban a un tipo imprevisible como Yasha, cuando Yasha, dijo Frankel, se<br />

abrochaba el sacón, y volvía a irse.<br />

Ruth se prendió de mi brazo, dijo Frankel, y los dos seguimos a Yasha.<br />

Yasha caminaba con el paso de un hombre joven. Yasha cruzó una estación de<br />

ferrocarril. Ruth, dijo Frankel, llamó a Yasha. Yasha, callado, cruzó la estación<br />

de ferrocarril, como si la estación de ferrocarril, no fuese, de noche, un escenario<br />

desierto. Yasha, lejos de las frías luces de la estación de ferrocarril, se acostó en<br />

las vías del tren. Yasha, acostado en las vías del tren, tenía un cigarrillo en la<br />

boca. Frankel dijo que le encendió el cigarrillo, y le deseó una actuación como<br />

nunca antes se le conoció arriba o abajo de un escenario.<br />

Frankel apretó, con su brazo, el brazo de Ruth, y Ruth y Frankel<br />

caminaron hacia las frías luces de la estación. Frankel dijo que Ruth se soltó de<br />

su brazo y corrió hacia las vías del tren.<br />

Frankel mira las piernas de Ruth que corren hacia las vías del tren, y a<br />

Ruth que se arrodilla en las vías del tren, la cara de Ruth por encima de la brasa<br />

del cigarrillo que fuma Yasha. Frankel gira sobre sí mismo y abandona el<br />

escenario. Y eso, creo, es lo que mira Frankel desde el lugar al que llegó.<br />

Frankel volvió a servir coñac en nuestros vasos, y alzamos los vasos, y nos<br />

tomamos el coñac de nuestros vasos. Frankel me dijo que bajara despacio la<br />

escalera y que cuidara mi salud.<br />

Caminé, despacio, el largo pasillo iluminado por una lámpara que cuelga<br />

del techo, que cede a las grietas y la humedad. Frankel me dijo que a esa hora<br />

de la noche —la hora en que me despedí de Frankel— volvía Ruth. O un poco<br />

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