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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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en alguno de sus textos, la incierta crueldad de una repentina tala de árboles; o<br />

cuando se enumeraban, con voces estentóreas y trémulas, los pesares de Sacco y<br />

Vanzetti? ¿Qué de sí mismos encontraban en los personajes de Arlt, que<br />

gustaban de la expiación y de la perversidad; o en la agonía de los negros de<br />

Scottsboro? No lo sé, dijo Frankel, esa noche, la cara enjuta y tranquila y sin<br />

arrugas. El grupo de teatro era joven, el local en el que actuaba era húmedo, la<br />

comida del grupo era de pobres: eso es todo lo que sé, dijo Frankel, esa noche,<br />

la cara en paz y sin arrugas. Nos interesaba el cerebro de la gente, si eso te dice<br />

algo.<br />

Frankel contó, esa noche, que durante un ensayo, Yasha, a quien nadie<br />

conocía, subió al escenario y compuso un Hamlet que no era bello ni ágil ni<br />

dubitativo. El Hamlet de Yasha era un glotón que premeditó su glotonería (con<br />

lo cual indicaba que podía premeditar su ascetismo), más bien bajo, más bien<br />

gordo y repulsivo para una mirada desprevenida. El Hamlet de Yasha<br />

desplegaba sus dotes de actor en beneficio del Hamlet que aspiraba hacerse del<br />

poder, y que sabía que el poder exige, a los príncipes, disimulo, dádivas,<br />

promesas y crimen. El príncipe de Yasha usaba máscaras sensuales, inocentes,<br />

enfermas, corrompía y mataba.<br />

Después de ese ensayo, Frankel pensó que los hombres y las mujeres que<br />

asistían, los fines de semana, al local que el grupo alquiló cerca del Mercado de<br />

Abasto, se impusieron el Hamlet de Yasha como si evocasen, confusos y<br />

perplejos, jirones de un sueño que padecieron y que habían olvidado.<br />

Frankel me sirvió coñac y me preguntó si estaba cansado. Le dije que el<br />

coñac era excelente y que no estaba cansado. Frankel dijo, esa noche, que lo<br />

imposible se demora, y que esa demora dispersó a los hombres y mujeres que se<br />

sentaban en los bancos del local que alquilaron cerca del Mercado de Abasto, y<br />

también a Spartakus, y que explicar qué arrojó a una desesperada soledad a<br />

hombres como mi padre, y aburguesó a quienes optaron por lo posible, no era<br />

una cuestión que se pueda confiar a analistas, comunicadores sociales u otros<br />

alquimistas de las palabras.<br />

Escuché lo que dijo Frankel, y le pregunté, circunspecto, si lo de<br />

desesperada soledad no era una exageración. Un hombre que elige no ser<br />

burgués, dije, juega, la mayor parte de su vida y a lo largo de casi toda su vida,<br />

contra un cubilete de dados cargados. Lo demás —los infinitos nombres de la<br />

desesperación, el fracaso, la vejez, la soledad— es patrimonio de los escritores<br />

que aceptan los dictámenes del mercado. Persistí, sentado en el sillón de<br />

mimbre, en otras obstinaciones, en otros desamparos, hasta que se me secó la<br />

boca.<br />

Frankel alzó, lentamente, el brazo izquierdo y miró en su muñeca, la esfera<br />

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