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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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Frankel atravesó el angosto hueco que comunica la pieza en la que dicta —<br />

persuasivo, acaso; tenaz e incomprendido, seguramente— su lección de<br />

paciencia.<br />

—¿Café? —preguntó Frankel, y su cara, enjuta y tranquila, me sonrió.<br />

—Sí.<br />

—El café lo preparo mejor que Ruth. Es lo único que preparo mejor que<br />

Ruth —dijo Frankel, como si, todavía, se pudiera dudar de su afirmación.<br />

La luz cruda que venía de la pieza contigua resbaló en el cabello ralo y<br />

canoso de Frankel, en su saco grueso y oscuro, abotonado hasta el cuello.<br />

Frankel es flaco y, quizá, por eso, parece alto. Le ofrecí un cigarrillo.<br />

—No, gracias —dijo Frankel—. Hace mucho que no fumo... ¿Tenés frío?<br />

—No.<br />

—¿No?<br />

Le repetí que no se preocupara, y que, si llegaba a sentir frío, se lo diría.<br />

—Ruth —dijo Frankel— compró una estufa a querosén. No me puedo<br />

explicar cómo se la vendieron tan barata. Esa mujer debería dedicarse a los<br />

negocios: siempre se lo digo. Le digo: “Ruth, tu ojo no perdona”. Y ella se ríe.<br />

Nunca termino de entender de qué se ríe.<br />

Frankel se quedó pensativo. Frankel, por lo que conozco de él, se siente<br />

desvalido cuando no entiende algo. Si estuviera frente a un esquimal y no<br />

lograra descifrar su lenguaje, se vería sacudido por la misma perturbación que<br />

le produjo la risa de Ruth, cuando esa risa dijo algo que él no supo qué la<br />

originaba.<br />

—¿Cuanto hace que no nos vemos? —preguntó Frankel.<br />

Le dije cuánto hacía que no nos veíamos.<br />

—Desde el entierro de tu padre, ¿eh? —dijo Frankel, sorprendido.<br />

—Desde la tarde que lo cremaron —precisé.<br />

—Sí —asintió Frankel—. Desde esa tarde. Ahora, tomá el café, por favor.<br />

Tomé el café: era bueno, realmente, ese café. Y fuerte, y caliente. Frankel<br />

me pidió que lo tomara sin apuro. La gente apurada, dijo, siempre se atraganta.<br />

—¿Como te sentís? —preguntó Frankel, la cara de quien va a alguna parte.<br />

—Bien —le contesté, recostado en el sillón de mimbre. Pensé que su<br />

pregunta aludía a lo que recuperé de mí, después de abandonar el Instituto. Y<br />

no fui yo quien le contestó: contestó la memoria que mi cuerpo guarda de sus<br />

capitulaciones. Digo, entonces, que le contesté con un énfasis descreído; con la<br />

torpe, errática verborrea que paraliza la curiosidad de los otros.<br />

—¿Eso es todo? —preguntó Frankel, que iba hacia alguna parte, y que me<br />

devolvió, llena, mi taza de café.<br />

—Eso es todo —y sonreí—. Camino despacio, controlo la sal de mis<br />

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