Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...
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si estoy contento. Me preguntó si la quiero. G. vio la tomografía. Nada. Los exámenes: nada. Hay que extirpar el cálculo, dijo. Y no hay alta. Habrá otros Papanicolau, control imprescindible para saber el porqué de las células cancerosas. Un día de la semana que viene vuelvo a internarme. Soy el 4, en un box con dos tabiques de acrílico. Freud temía que su madre lo sobreviviera. Hombre inteligente, Freud. Informe de G.: mañana, a las 8.30 horas, me opera. Las ecografías y la última pielografía muestran algo en el riñón izquierdo. Ese algo no lo muestra la tomografía, debido, quizás, a los cortes largos... No pregunto, no lo asedio como otras veces. G. se esfuerza por ser cordial: voy a explorar el riñón, dice, como si la cosa careciese de importancia. Y logra sonreírme. Miro, un rato, por la ventana, el invierno de Buenos Aires, las ramas peladas de los árboles, las luces de la noche. N. me afeita la pelambre del pecho y de la pelvis. Me afeita la espalda y los pelos de las piernas. N. y yo nos miramos, de pie. Beso a N., lentamente, en la boca. Estoy desnudo. 154
Un largo pasillo iluminado Leo Frankel vive en una vieja casa de la calle Cangallo, a pocas cuadras del Obelisco. Si uno abre la puerta de vidrios rajados, alta y estrecha, en la planta baja, y da tres pasos, encuentra una escalera que se alza en espiral, como una voluta de humo. O eso parece. Y si uno sube veinte escalones, sucios y gastados, desemboca en un largo pasillo. De día, una penumbra frágil e inmóvil cubre el largo pasillo. Cuando anochece, la lámpara, que cuelga de un techo alto y descascarado, disipa esa penumbra e ilumina cuatro o cinco puertas a medio cerrar. Pasás delante de ellas y escuchás palabras que se quiebran en el aire, risas, el rasguido vacilante de unas cuerdas de guitarra. La luz de la lámpara no llega al final del largo pasillo, pero sobre la madera cepillada de la última puerta brilla una pequeña chapa de cobre en la que se lee Frankel. Debajo de la chapa de cobre, tres palabras escritas con un lápiz de carpintero: No golpee. Entre. Fue lo que hice: abrí la puerta y entré a una pieza cuadrada, de techo bajo. Junto a la única ventana de la pieza, una mesa. A los costados de la mesa, un taburete y un sillón de mimbre. En la mesa, una cafetera de metal. Me gustan los sillones de mimbre: prefiero, sin embargo, los sillones hamaca, también prefiero a las mujeres rubias y, si es posible, malignas. De la pieza contigua, llegó la voz clara y lenta de Frankel. Me senté en el sillón de mimbre. Frankel enseña algo —simbología, relajación— a sus ocasionales alumnos. Tal vez, por lo que sé o por lo que, hace tiempo, me dijeron del hombre que hablaba, con lentitud y claridad, en la pieza contigua, enseña, a sus ocasionales alumnos, a ser pacientes. Al rato, salió de la pieza contigua un grupo de muchachos y muchachas. Miré las pantorrillas de las muchachas, cuando las muchachas pasaron frente a mí, con la serenidad de un tipo a quien el tiempo forzó a reconocer que su juventud fue —como escriben, aún, los poetas municipales— una fiebre pasajera. Miré las pantorrillas de las chicas, encendí un cigarrillo, y traté de imaginar qué pasaría si le pedía, a cualquiera de esas muchachas, que enroscara sus piernas en mi cuello. 155
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si estoy contento. Me preguntó si la quiero.<br />
G. vio la tomografía. Nada. Los exámenes: nada. Hay que extirpar el<br />
cálculo, dijo. Y no hay alta. Habrá otros Papanicolau, control imprescindible<br />
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Un día de la semana que viene vuelvo a internarme.<br />
Soy el 4, en un box con dos tabiques de acrílico.<br />
Freud temía que su madre lo sobreviviera. Hombre inteligente, Freud.<br />
Informe de G.: mañana, a las 8.30 horas, me opera. Las ecografías y la<br />
última pielografía muestran algo en el riñón izquierdo. Ese algo no lo muestra la<br />
tomografía, debido, quizás, a los cortes largos... No pregunto, no lo asedio como<br />
otras veces. G. se esfuerza por ser cordial: voy a explorar el riñón, dice, como si<br />
la cosa careciese de importancia. Y logra sonreírme.<br />
Miro, un rato, por la ventana, el invierno de Buenos Aires, las ramas<br />
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N. me afeita la pelambre del pecho y de la pelvis. Me afeita la espalda y los<br />
pelos de las piernas. N. y yo nos miramos, de pie. Beso a N., lentamente, en la<br />
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