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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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33 me pide que llame a los médicos, a la enfermera, a Dios. Yo llamo:<br />

vienen los médicos, las enfermeras de guardia, y Dios que, como se sabe, es<br />

criollo. ¿O es el Diablo quien cuidó que 33 tocase las orillas de la mañana, y<br />

pudiera, parado frente a un espejo, rasurarse las flojas canas que le crecieron en<br />

las flojas mejillas, durante una noche de ruegos abominables?<br />

La pielografía que me sacaron se acumula en una mesa adosada de la<br />

pared, junto a mi cama. Placas negras, grandes, medianas, rectangulares. Y, en<br />

ellas, mis riñones, mi columna vertebral, mi vejiga. Manchas grisáceas, puntos<br />

blancos. Lecturas en un mapa color humo.<br />

33 se me acerca, la cara negra, y murmura en mi oído: “No puedo tragar”.<br />

También yo le palmeo el hombro; también yo le sugiero que tome agua, que<br />

intente tragarla. Toma agua, traga, solloza. Llega la enfermera del turno tarde y<br />

nos mira. “¿Qué le pasa?”, pregunta a 33.<br />

Tarjeta para que N. entre al Instituto a cualquier hora: Razón del permiso:<br />

Citología exfoliativa positiva.<br />

Preguntar por qué a mí es preguntar por qué no al otro.<br />

Se acaba de ir R. Fuimos, hoy, los dos, algo más locuaces que cuando nos<br />

encontrábamos en un bar de una ciudad que se llama Buenos Aires, y<br />

hablábamos de cómo era jugar al ajedrez en un café de Córdoba, y de lo<br />

divertido que fue mientras duró, y de cómo narrar a Kant, o qué imagina un<br />

tipo, sentado en la caja de un camión de mudanzas que circula por las calles<br />

porteñas, y teclea, en una vieja Underwood, consignas de resistencia al poder<br />

de los torturadores, que nadie leerá. Hablábamos, si hablábamos, del tono de<br />

Onetti y, accidentalmente, de los tipos que uno desprecia, y cuya sola mención<br />

te ayuda a olvidar, por lo que dura un sorbo de whisky, las penas del mundo.<br />

R. me dejó La muerte de Virgilio, y se fue, las manos blancas y frías en los<br />

bolsillos de un sacón negro de marinero.<br />

Una mujer madura, opulenta, le pregunta a 31: “¿A vos nunca te dolió<br />

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