Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...
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termina: “El cuerpo responde a ciertos estímulos y, por el tipo de respuesta, se<br />
sabe si tenés un tumor o no. O un cálculo. O lo que sea”. Como escriben los<br />
narradores norteamericanos de la serie negra: así de simple.<br />
Células cancerosas no organizadas: eso es lo que G. dice que tengo, algo<br />
menos parco, algo menos flemático que de costumbre. En la vejiga, me dijo,<br />
creo, pero ahora no lo recuerdo.<br />
La discusión que tuvimos, antes de que emitiera su diagnóstico, fue<br />
cualquier cosa, menos una conversación entre caballeros. G. se negó a<br />
informarme del resultado de un análisis seriado de orina. “Soy, si usted no se<br />
opone, el dueño de mi cuerpo”, dije. G. palideció, y se echó atrás en su silla, y<br />
me miró, y dijo, con la frialdad de un lord inglés irritado, lo que dijo, y dijo que<br />
era preciso que me internara.<br />
33, canoso, pintón, un bigote fino como una anchoa, me pide que anote un<br />
número de teléfono. “De mi hermana, ¿vio? Ella sufre del corazón, así que...” Le<br />
pregunto qué debo decirle a la hermana que sufre del corazón. Piensa. Abre la<br />
boca. Le miro la saliva pastosa en la lengua; las quemaduras en el cuello<br />
producidas por las aplicaciones de cobalto; las manos, acostumbradas al naipe y<br />
al cubilete de dados, que tiemblan sobre sus rodillas. “Dígale a mi hermana que<br />
quiero que venga mi señora... Que mi hermana no se asuste: es lo principal.”<br />
33 se aprieta las sienes con las manos que le tiemblan y susurra: “Tengo<br />
una neuralgia, ¿vio?”.<br />
Entra a la pieza una médica, renga y joven, que carga con un imposible<br />
peinado de trencitas y flequillos, y que sonríe, y que le dice a 33: “Quédese en la<br />
camita, vaya... Ahora le damos una inyeccioncita y se le pasa la molestia que<br />
tiene”. 33 se acuesta en la camita, y una enfermera le aplica la inyeccioncita<br />
recetada para que se le pase ‘la neuralgia, ¿vio?”. Corro la cortina vieja y blanca<br />
y de goma que separa la cama de 33 de la mía. “Tírese en la camita, viejo”, le<br />
aconsejo. 33 me sonríe: se pone de pie, se sube los pantalones y sale al pasillo.<br />
Dejo caer la cortina.<br />
¿Cómo se escribe no a mí? ¿Y quién escribe por qué a mí?<br />
Miro esas palabras que escribí. Escritas, no gritan.<br />
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