Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...
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importa lo que diga la cara. Se cree en todo y, también, en nada, para no<br />
entregarse a lo que funciona entre sus paredes: una máquina que expele,<br />
incesante, vaticinios, anhelos, dolor. Y, también, explosiones de alegría.<br />
Medidas, ellas.<br />
Miro, por la ventana, el invierno que no termina.<br />
A 33, lo rodean tres médicos. Que tome agua le dicen. Que abra la boca.<br />
Más. Y le pinchan la lengua. “Tire la cabeza para mi lado... Levante los<br />
hombros... Bájelos... Otra vez.” Y 33 gruñe ga ga ga. Los médicos, sin mirarse,<br />
cruzan veloces comentarios, en esa jerga que infunde, aún, tanto mítico respeto<br />
y tanto terror entre los enfermos. Una médica joven palmea la espalda de 33:<br />
“Bueno, no lo torturamos más... Descanse”.<br />
Noche sin pesadillas. Llovió. Me despertó la lluvia. Antes me despertaba<br />
N. para que escuchase el ruido de la lluvia sobre los techos, sobre el asfalto de la<br />
calle.<br />
G., parco, me anuncia una pielografía y una cistoscopía para la próxima<br />
semana y, enseguida, examen de las placas por los radiólogos. “Y, de allí,<br />
partimos.”<br />
Salgo del Instituto. Régimen de libertad vigilada.<br />
“...la muerte que cura todos los dolores.” ¿Quién era Sarmiento cuando<br />
escribió esas palabras?<br />
A las once de la mañana comenzó la pielografía descendente. Terminó a<br />
las doce menos cuarto. Después tomé el buen café que me trajo N., y comí dos<br />
grandes rebanadas de paté que ella preparó.<br />
Mañana, la ecografía. N., me dice, mientras fumamos, mientras miro,<br />
desde el segundo piso del Instituto, uno de los mediodías de un invierno que no<br />
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