Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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09.05.2013 Views

tomamos coñac por la noche y en la madrugada, y caminamos, uno detrás del otro, alrededor del cajón, y no dejamos, a nadie, tocarle la cara a Demetrio, y no paramos de tomar coñac hasta que los de la funeraria cerraron el cajón y lo metieron en una ambulancia. Nosotros subimos a unos coches alquilados, negros y largos y, en el cementerio, cuando bajaron el cajón a la fosa recién abierta, me dije que Demetrio no se mató. Me dije, mientras los terrones de tierra caían sobre la tapa del cajón, que nosotros, también, matamos a Demetrio. 146

Tualé Dentro de pocas horas será noche y el año ha de terminar entre explosiones de petardos y espumantes, o bombas o quizá algo peor. Pero no será aquí donde estoy yo. A nadie le interesa si uno muere con tal que sea desconocido y esté lejos. Eugenio Montale Un día más termina para los sanos. Aquí, para los que no lo son, ¿qué? Voces, escasas, que se pierden en los corredores, sonidos de metales que se golpean entre sí, respiraciones que se apagan, toses. Un grito. Lavo el plato de la cena. Un muchacho alto y delgado seca, con un trapo, el suyo. Hace tres semanas que se internó aquí, en el Instituto, me dice. Miro su cara pequeña, sus pies blancos que calzan ojotas. Tiene una infección en los riñones, pero, asegura, se siente mejor. Hay un tono aterciopelado en su voz, como un chico que pide limosna. El hombre de la cama 31 se despierta (yo soy el 32). La botella de leche con que lo alimentan (un tubo de plástico va de la botella a su nariz) pierde. Bajo de mi cama y llamo a la enfermera. 31 le dice a la enfermera que desea “ir de cuerpo”. “Le traigo la chata”, le contesta la enfermera alta, delgada y joven. “¿No puedo ir al baño?”, pregunta 31. “Espere que consulte al doctor.” Sí, el doctor da permiso. 31 sonríe: le importa, todavía, ser pudoroso. A las seis de la mañana, el chasquido del lampazo. Estoy en una habitación de tres camas, separadas por cortinas blancas y viejas y de goma. Me toman la temperatura, el pulso, la presión. Se llevan el frasco en el que oriné. Me afeito, me lavo los dientes, me peino. Esto no es una cárcel ni un cuartel: sin embargo, por algunas de sus normas, el Instituto se les parece. De la cárcel se huye para ganar la libertad, no la muerte. Al cuartel se lo abandona y, en ese instante, sólo en ese instante, cuando uno recupera su identidad, se siente, por la carne, por los ojos y el paso, y en los huesos, el don espléndido de la juventud. Al Instituto (un hospital, para decirlo de una vez, pero menos laberíntico que los que uno conoce) se ingresa con el corazón encogido, no 147

tomamos coñac por la noche y en la madrugada, y caminamos, uno detrás del<br />

otro, alrededor del cajón, y no dejamos, a nadie, tocarle la cara a Demetrio, y no<br />

paramos de tomar coñac hasta que los de la funeraria cerraron el cajón y lo<br />

metieron en una ambulancia.<br />

Nosotros subimos a unos coches alquilados, negros y largos y, en el<br />

cementerio, cuando bajaron el cajón a la fosa recién abierta, me dije que<br />

Demetrio no se mató. Me dije, mientras los terrones de tierra caían sobre la tapa<br />

del cajón, que nosotros, también, matamos a Demetrio.<br />

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