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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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Subí a un camión. Vi gente en las azoteas, con los ojos en el fondo de una<br />

calle desde donde les llegaba el sordo estruendo de explosiones y aullidos de<br />

sirenas. Unos policías, con gestos ceremoniosos y voces suaves, increíbles, nos<br />

invitaron a bajar del camión. El gobierno controla la situación, dijo un oficial.<br />

Váyanse a casa, muchachos, que la familia debe estar intranquila. Atento, el oficial. Y<br />

hasta desolado por las congojas de la familia de uno. Volvimos a casa. Y hubo<br />

quien, por nosotros, como siempre, enterró a los muertos.<br />

Y Blas y los que eran como él volvieron al sindicato, una máscara como de<br />

mucamos prudentes y reservados sobre las caras ablandadas por el miedo y el<br />

estupor. Pensaron en lo que eran: propietarios de taxis y fiambrerías e<br />

intendencias y cuentas corrientes y depósitos en dólares, y no tipos atados ocho<br />

horas a un par de telares ajenos, condenados a escuchar jodan ahora. Jodan: el<br />

comisario, por las dudas, hace veinte años que es amigo mío.<br />

Blas engordó, pero yo fui, esa tarde de invierno, al sindicato, para pedir<br />

por Demetrio, porque no sabía hacer otra cosa por un hombre al que evitaba<br />

sancionar con la palabra viejo.<br />

Me atendió el asesor de la intervención militar en el sindicato. Yo conocía,<br />

no sé de dónde, a ese fulano: acaso lo vi en una de esas revistas que abundan en<br />

los consultorios de los dentistas. Fotografiado, quiero decir: delgadito,<br />

sonriente, de cara a la cámara, una copa en la mano, y la infaltable teñida y<br />

escotada a su lado.<br />

Intenté explicarle qué me llevó hasta ahí. Apelé a una gramática lenta y<br />

cauta, parroquial. El delgadito se impacientó.<br />

—Al grano, mi amigo —dijo—. Este señor no produce en la medida de lo<br />

necesario, y sirve de excusa para promover conflictos. O tramarlos.<br />

—No es una excusa —murmuré, respetuoso, sin apretar los dientes, sin<br />

forzar las distancias que ese sex symbol de la ley y el orden consideraba como<br />

preexistentes entre él y yo.<br />

—Lo es, mi amigo, lo es —sonrió el delgadito, pese a la ausencia de la<br />

teñida y escotada—. Nuestro pobre país fue, hasta hoy, el escenario de una<br />

indecente novela realista: de un lado, los buenos; del otro, los malos. Eso se<br />

terminó, felizmente.<br />

El asesor me palmeó el hombro, sin dejar de sonreír, de oler a tipo<br />

educado, de ésos que nacieron para enseñarnos buenas costumbres, y me llevó<br />

hasta la puerta de su oficina.<br />

—Le aconsejo, cordialmente, que deje el asunto como está —y el<br />

fotografiado me benefició con una espléndida sonrisa Kolynos—. La<br />

democracia nos exige trabajo intenso y sacrificios. Por lo demás, la ley ampara a<br />

todos los argentinos, sin privilegiarlos por su cuna.<br />

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