Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...
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—La cosa está brava: lo quieren voltear al General... Hasta un tipo<br />
tranquilo como vos, si se largan contra el General, no se podrá ir al mazo.<br />
Me enteré de que soy un tipo tranquilo, y revelaciones como ésas no<br />
ocurren todos los días, y agradecido, le dije a Blas:<br />
—Vos arreglá lo de Demetrio.<br />
—Sí, hombre: un golpe de teléfono y listo.<br />
Blas, si usó el teléfono, fue para llamados menos negociables que ése. Una<br />
mañana nos avisaron que la aviación militar bombardeaba Plaza de Mayo. Nos<br />
reunimos en el patio de la fábrica, perplejos ante el silencio de los telares, ante<br />
nuestro propio silencio. El petiso me golpeó en la espalda:<br />
—Hablá. Deciles..., deciles... qué sé yo... Mierda...<br />
Me encogí de hombros; las palabras, algunas veces, son un sonido, una<br />
ondulación que se desvanece en el aire del día. Y ésa era una de esas veces. El<br />
patrón abrió la puerta de la gerencia, y se quedó allí, a cinco metros de nosotros,<br />
en la puerta de la gerencia, mirándonos.<br />
Movió, el patrón, sin ruido, un escarbadientes entre sus labios pálidos, los<br />
pulgares de las manos en las sisas del chaleco; y en su cara arrugada,<br />
consumida, pudimos leer, tan claramente como en un cartel luminoso, jodan<br />
ahora.<br />
Demetrio, que no miró a nadie, dijo:<br />
—Vamos al sindicato.<br />
—Vamos —dije yo, y empecé a caminar hacia la salida de la fábrica.<br />
Grupos de cuatro o cinco hombres se incorporaron al nuestro. También ellos<br />
habían medido la figura de un señor en cuya cara se leía jodan ahora, un señor<br />
que los escuchó parar los telares, las canilleras, las devanadoras, que los vio<br />
juntar coraje y largarse a la calle, a cielo abierto, a lo que fuese.<br />
Llegamos al sindicato. La puerta estaba cerrada. Miramos por las<br />
ventanas, En el jol del local, alcanzamos a ver el busto de bronce de la esposa<br />
del General, y fotografías del General a caballo; del General en el balcón de la<br />
Casa Rosada, en camisa, los brazos levantados en ve; del General, la cara como<br />
de otro, delante del ataúd de su esposa. Escuché, a mis espaldas, puteadas,<br />
preguntas rencorosas, mortificaciones: me reí.<br />
Ahora sé que yo, un hombre tranquilo, fui al sindicato en busca de aquello<br />
que les borrara de la cara, a los dueños de los telares, la serena luminosidad de<br />
se les terminó el dulce, y obtener, con eso, que Demetrio siguiera junto a nosotros,<br />
y pocas cosas más, muy pocas, que uno levanta o hereda a lo largo de su vida.<br />
El petiso gritó:<br />
—Está claro, ¿no? A comer y a dormir la siesta. La Argentina es una tierra<br />
bendecida por Dios.<br />
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