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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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Margareta era alta y caderuda, como yo, y tenía unos dientes de caballo<br />

sano y joven, y labios finos, una larga línea extrañamente cruel en una cara a la<br />

que, para esos días, no le sobraba un gramo de grasa.<br />

Pero Margareta se arrastraba por el piso del comedor, cuando Donven se<br />

golpeaba los muslos con las palmas de las manos, y chasqueaba la lengua, y<br />

Margareta terminaba de desabrochar los botones de la bragueta de Donven.<br />

Margareta tomaba, en sus manos, el miembro tumefacto y nervioso de Donven,<br />

y lo hundía en su boca, y Donven cerraba sus manos sobre el pelo crespo de<br />

Margareta, y movía la cabeza de Margareta para atrás y para adelante, para<br />

atrás y para adelante.<br />

Donven decía, la voz como un susurro:<br />

—Vamos, Ilse, coraje.<br />

Entonces, los tres, subíamos al dormitorio de Donven y Margareta, y<br />

Donven se enancaba en Margareta. La volteaba, cruzada en la cama, la cara<br />

hundida en la colcha, una almohada debajo del vientre, los pies de Margareta<br />

rozando el piso alfombrado, y le abría las caderas, y la penetraba con su<br />

miembro tumefacto y rígido.<br />

Y Donven, la cara roja de sangre y cerveza, le ordenaba a Margareta, la<br />

lengua pastosa de Donven pegada al oído de Margareta, que no hablara y que<br />

no gimiera, que no interrumpiera con sus ayes, sus gemidos, sus estertores, las<br />

fugas de placer que le deparaba la cabalgata.<br />

Cuando él se aquietaba, y abandonaba a Margareta como un bulto informe<br />

y jadeante, se volvía hacia mí, y decía:<br />

—Es tu turno, Ilse... Vamos, Ilse... Ilse, no hagas que te lo pida otra vez...<br />

Y Donven se golpeaba los muslos, como si llamara a una perra. Yo lo<br />

montaba. Él abajo, siempre. Y cuando yo lo montaba, Donven comenzaba a<br />

suplicar que lo dejase respirar, que retirara mi culo de su cara. Donven quedaba<br />

exhausto, tirado en el suelo del dormitorio, los ojos apagados, cuando yo<br />

retiraba mis caderas de su cara. Yo, de espaldas a su cara me sentaba sobre su<br />

panza, y galopaba sobre su panza, dump y dump y dump.<br />

Margareta me miraba, sentada en la alfombra, a los pies de Donven, los<br />

dientes de caballo al aire. Yo le sonreía a Margareta. Y las dos le escuchábamos<br />

bufar:<br />

—Ilse, coraje.<br />

Mi cama olía a pan y a pasto. Y Margareta llegaba a ella en la oscuridad de<br />

la noche —Donven vendía ganado del otro lado de la Cordillera—, tiritando, y<br />

se hundía debajo de las frazadas.<br />

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