Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...
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Donven compraba camisetas a un peso cada una. Las compraba a chinos,<br />
controles de aduana, baqueanos, que cruzaban la Cordillera una vez por mes,<br />
que subían desde Tierra del Fuego, que atravesaban los vientos y los desiertos<br />
de la Patagonia —el viento, el desierto, la ensimismada piedra patagónica les<br />
borraban el habla y los envejecían—, y él, Donven, y nosotras, Margareta y yo,<br />
las vendíamos a quince pesos por cristiano, fuese mapuche, criollo, flaco, gordo,<br />
viejo o un infeliz recién nacido.<br />
Compramos, con la diferencia, tierra. No mucha. Pero tierra. ¿De qué se<br />
puede ser dueño, en este país, sino de tierra?<br />
Estudiamos planos y fotografías, y nos dijimos que los chilenos del sur,<br />
educados por los nuestros en la disciplina y el respeto a los que deben mandar y<br />
saben pagar, construirían, ellos y sus mujeres, silenciosos y puntuales, el<br />
modelo de hostería que elegimos en noches de alcohol, de sumas y restas, de<br />
consultas minuciosas y feroces a los depósitos bancarios, de preguntarnos,<br />
mirándonos como asesinos recelosos uno del otro, qué nos ocurriría si la<br />
inversión, a la que nos íbamos a exponer, fracasaba. En esas noches, y hablo<br />
para mí en la dulce lengua alemana, Margareta aulló como una perra<br />
enloquecida, azotada por la ira y los desolados insultos de Donven.<br />
Y faltó poco para que incendiáramos, procaces y furiosos, la cabaña que<br />
alquilamos por un año, y cuyo arriendo pagamos por adelantado, temerosos de<br />
contraer más deudas que las imprescindibles.<br />
Inexplicablemente, no para mí, inexplicablemente para Donven y para<br />
Margareta, sobrevino, en una de esas noches, la calma. Una calma como letal.<br />
Una calma que desasosegó a Donven y a Margareta por largo tiempo.<br />
En pocos minutos, resolvimos los detalles de la operación, y en una<br />
semana comenzó a levantarse la hostería.<br />
Sed activos, prudentes y honorables<br />
El Cielo bendecirá vuestros esfuerzos<br />
A los colonos de Frutillar<br />
Marzo de 1856<br />
Familias de empresarios, prudentes en el gasto, rentistas que<br />
incursionaban en las salas del casino de Llao-Llao, jubilados, señoras teñidas en<br />
busca de una aventura que nunca consumarían, nuevos ricos que por mera<br />
sensatez, o intuición, o porque medían y frenaban los gastos de sus parientes,<br />
preferían la serenidad de la montaña al estrépito de las playas del Atlántico,<br />
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