Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...
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tocado por la comprensión de las palabras que él emitiría en un tono de<br />
evocación— esa impasibilidad arrogante?<br />
¿Iluminaría los ojos del muchacho alto y hermoso el amor desgarrado de<br />
Tomás a su madre?<br />
Tomás, sentado en el sillón de cuero de la sala de estar, hundió el filo de la<br />
daga de mango de hueso en la carne del pulgar de su mano izquierda. El filo<br />
cortó. Tomás exhaló un silbido de dolor. Llevó el pulgar a su boca, y chupó la<br />
sangre que brotaba, rápida y roja. Tomás se puso de pie. Abrió las piernas. El<br />
filo de los cuchillos, que sus manos empuñaban, apuntaba hacia el techo de la<br />
sala de estar.<br />
Tomás miró su cuerpo. Y se despreció. El muchacho alto y hermoso e<br />
impasible no entendería que un hombre flaco y sin músculos, y a quien la<br />
violencia le aplanaba las tripas y reducía a una callada mansedumbre, arrojase<br />
sobre él palabras y pausas y silencios forjados por esa obscenidad que nace con<br />
uno, y que se llama miedo.<br />
Pero Sonia, esa mañana, le contó con una voz cargada de vagas exigencias<br />
que Tomás debía develar y satisfacer, que el joven y alto parquero se le había<br />
insolentado. Y se lo decía a él, que sólo buscaba que ella aprobase, gozosa, cómo<br />
él develaba y satisfacía sus exigencias, sus vagas e insaciables exigencias.<br />
Tomás Bruck se sentaba, esos días de verano, a la puerta de su casa, con<br />
un diario sobre las rodillas. Se sentaba y esperaba.<br />
Cuando el sol cubría los verdes del parque, Tomás prendía los fuegos del<br />
asado, y afilaba los cuchillos, y los carbones no demoraban en ser brasas, y<br />
Sonia nadaba en la pileta, la malla negra, enteriza, marcándole las suaves<br />
curvas de los pechos y del vientre.<br />
Tomás la miraba nadar, lenta, de cara al cielo, los ojos cerrados. ¿Era esa<br />
mujer, que cortaba el agua azul de la pileta, ajena al mundo, la misma que,<br />
algunas noches, reptaba sobre él, en la cama del dormitorio, y aplicaba labios y<br />
lengua sobre las tetillas de él, y él, complacido con la tortura, suplicaba que la<br />
tortura no terminase, que ella no apartara labios y lengua y saliva ácida de sus<br />
tetillas, y ella, entonces, le apretaba el pene, y él gritaba a la noche, y ella,<br />
distante, labios, lengua, saliva ácida aplicados a su piel, musitaba que él no se<br />
moviera, que ella no había terminado, y que se diera vuelta, que ella lo<br />
montaría.<br />
Tomás quedaba boca abajo en la cama, y ella hacía lo suyo, y Tomás<br />
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