Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...
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ectangular, gris oscura, con movimientos lentos y precisos. Y era bueno y<br />
paciente para eso. Y era bueno y paciente en la preparación del fuego; y era<br />
cuidadoso en la limpieza de la parrilla, la distribución de los trozos de carbón,<br />
del papel necesario para encender el fuego, y de las cortas ramas secas, finas y<br />
quebradizas, que recogía en el parque de la casaquinta, y que ardían con un<br />
ruido breve y como lejano. Salaba y aderezaba la carne, con tiempo, y la cubría<br />
con una servilleta, blanca y angosta. Y contemplaba, en mañanas de lluvia o de<br />
sol, el esplendor de las lenguas del fuego, azuladas, amarillentas, que lamían los<br />
hierros de la parrilla. Y eso era bueno para él, que era bueno y paciente para<br />
elegir el tamaño de los carbones, y limpiar los ajíes morrones, rojos y verdes, y<br />
asarlos junto a la carne salada y jugosa. Y servir carne y ajíes morrones, ya<br />
asados, en el punto exacto de su sabor. Y esa muda ceremonia le proporcionaba<br />
una serenidad que nada ni nadie era capaz de darle.<br />
Tomás volvió a sentarse en el sillón de cuero de la sala de estar, un<br />
cuchillo en cada mano, las manos cerradas en las empuñaduras de los cuchillos.<br />
Y miró las hojas de los cuchillos. Y las miró.<br />
No quiso responder a los interrogantes que levantaban las hojas pálidas de<br />
esos cuchillos. ¿Hablaban del abogado inteligente, y hasta culto, cuyos trabajos<br />
fueron mencionados en alguna memoria judicial por su fuerza argumental y la<br />
elegancia y causticidad de su escritura? ¿Le diría eso al joven y hermoso<br />
parquero, el muchacho alto que vestía bermudas deshilachadas y una camisa<br />
sin mangas sobre los músculos perfectos del torso?<br />
¿Le diría que él se consideraba un hombre maduro y comprensivo y sin<br />
ilusiones, y que veneró a una mujer que, sin quejas, supo costearle la carrera<br />
universitaria, y fue la más exquisita, atenta y sutil confidente que hombre<br />
alguno haya tenido jamás?<br />
¿Le diría que esa mujer, esa mujer que fue su madre, tuvo la inigualable<br />
generosidad de morir cuando él se casó con Sonia?<br />
¿Le diría que la pena y el duelo por esa muerte, que fue el último tributo<br />
que su madre rindió a una crianza y a una relación devotas, sin reproches<br />
mezquinos, proseguirían en él mientras él viviera?<br />
¿Diría eso con una voz reflexiva, fatigada, sabia, como si no tuviera a ese<br />
muchacho alto e impasible a su lado?<br />
¿Detendría el muchacho de músculos lisos y alargados y bermudas<br />
deshilachadas sus grandes zancadas, y la máquina de cortar césped, que llevaba<br />
de una punta a otra del parque de la casaquinta, y reconocería, como<br />
deslumbrado, el sombrío valor de las palabras que él cuchicheaba en el silencio<br />
de la sala de estar, los labios sellados, en una mañana de sol?<br />
¿Desaparecería de la cara del muchacho de bermudas deshilachadas —<br />
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