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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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Lo llamó un navío de piedra, con ochenta y seis bocas de fuego, encallado<br />

en la piedra, dice el hombre que me acompaña. Cantó a las mujeres que se<br />

arrojaban de las murallas de la fortaleza al vacío, para preservar su castidad de<br />

los ultrajes de la horda turca.<br />

Los fuegos sacros del romanticismo, la virginidad como uno de los<br />

nombres del patriotismo, la belleza como ideal estético: carga del hombre<br />

blanco y solo, dijo Kipling, si Kipling dijo eso. Acaso fue Fierro, después de<br />

achurar al Negro.<br />

Se siente mal, pregunta el hombre que me acompaña.<br />

Almorcemos, digo yo.<br />

Subimos en auto, hasta las primeras estribaciones del Dajti. La nieve es<br />

una aureola opaca en su pico; y cruje sordamente bajo la suela de nuestros<br />

zapatos. Abedules. Ovejas. Olivos. Viejas vestidas de negro. Pavese.<br />

Entramos a un refugio de piedra y vidrio. Tomemos una copa, dice el<br />

hombre que me acompaña. Nos sentamos a una mesa, en una sala larga y fría.<br />

En la radio con forma de cúpula, posada sobre el mostrador, suena un vals<br />

vienés.<br />

Soldados con las cabezas rapadas, capotes toscos y verdosos, y botas de<br />

mujiks rusos, alzan sus vasos y cruzan brindis con nosotros. Pedimos una<br />

segunda botella de raki.<br />

El hombre que me acompaña habla de sus viajes: Moscú, Tokio, Bruselas,<br />

Londres, Roma.<br />

Brindemos por Julio Verne, digo yo.<br />

El hombre que me acompaña se ríe. Oh, tuve suerte.<br />

Brindemos por la suerte, en la que no creo.<br />

Estoy vivo gracias a mi abuela.<br />

Brindemos por las abuelas.<br />

Por ellas, dice el hombre que me acompaña. Los soldados nos miran beber.<br />

Llenan sus vasos y los alzan, y alzan sus birretes, y aplauden. El raki no necesita<br />

traductores.<br />

Nos sirven porotos, cebolla de verdeo, papas y carne frita. Y un pan<br />

moreno y esponjoso. Vaciamos la segunda botella de raki.<br />

Mi padre era agente de correos, dice el hombre que me acompaña.<br />

Interceptaba los mensajes telegráficos de los fascistas y caminaba ochenta<br />

kilómetros, en la nieve, para entregarlos a un camarada. Nunca vio la cara del<br />

camarada que los recibía. Lo descubrieron. Pudo escapar. Usted sabe: los<br />

italianos no mataban a los chicos y a las mujeres; prendían fuego a las casas. Y<br />

cuando se retiraban, envueltos en el humo del incendio, tosían: Scusi.<br />

Los nazis eran otra cosa. Entraron a mi aldea, revisaron escrupulosamente<br />

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