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Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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odillas. Y París, claro.<br />

Cerca de la terminal de ómnibus, alquilo una pieza de hotel, con desayuno<br />

y sin baño privado. Cuarenta francos por día, mesié.<br />

Una rubia alta, sólida, que tartajea un español elemental, recibe mi valija,<br />

hojea morosamente el pasaporte de tapas duras que le tendí. Se detiene en la<br />

fotografía: alza la vista, me observa, sonríe. Bienvenido a L’Etoile d’Or, mesié.<br />

Ella sube conmigo en el ascensor. Huele a colonia, a jabón perfumado, a<br />

sudor. A hembra de piel curtida. Es un olor que asocio al de una jaula de leones.<br />

En el país que fundó la democracia, esa efusividad de la imaginación está<br />

permitida.<br />

Reviso el pasaporte. La máscara nació el 22 de noviembre de 1938. Y viajó,<br />

para mi gusto, con una frecuencia que me aterra. Las luces del centro no me<br />

atraen: los cafés de Villa Crespo suelen ser acogedores y, algunos, propician la<br />

meditación y la utopía.<br />

¿Argentino? La miro. Ojos grises, labios carnosos, húmedos y<br />

entreabiertos. Argentino. ¿Gaúcho? Argentino, por ahora.<br />

Tercer piso, pieza quince. Ventana a la calle. Algo que se parece a una<br />

alfombra, dos sillas, mesa, una cama matrimonial. Toallas, pileta, bidet.<br />

Usted me necesita, dice la mujer que habla español, toca timbre. Enterado.<br />

Cierra lentamente la puerta del cuarto. Alcanzo a ver sus zapatillas blancas, las<br />

pantorrillas desnudas, las rodillas que asoman debajo del delantal, el comienzo<br />

de los muslos. ¿No gaúcho?, murmura la mujer que habla español, antes de<br />

cerrar la puerta. No, todavía no, le digo. Usted necesita de mí, toca timbre,<br />

sonríe la mujer que habla español.<br />

Enterado. Toco timbre. Enciendo un cigarrillo. Espero.<br />

Conozco eso, dice Jordán. Los hoteles de mala muerte; el frío; el español alucinante<br />

de los porteños; el aire monacal de las parisinas, sus anteojos, sus perfiles duros, sus<br />

miradas que piden suplicio.<br />

Si me preguntan qué espero, quizá responda todo. Quizá no. Todo es una palabra<br />

demasiado ambigua. Soy un albanés del norte; y, por lo que sé, alto, flaco y casi calvo.<br />

Compro queso en la Avenue Victor Hugo. Y vino. Pido café en<br />

L’Argentine. Fumo Chester. Atiendo a los ritos consentidos al turista solitario y<br />

a quien no le atrae, probablemente, la belleza. Camino.<br />

Conozco eso, dice Jordán.<br />

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