Rivera, Andrés – Cuentos escogidos [pdf] - Lengua, Literatura y ...
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Esa materia cuyos ideales permanecen intactos pero a costa de revisar una y otra vez las trampas de la ideología y las defecciones de los hombres debe abandonar la forma novela cuando Mauricio Reedson (el obrero y militante honesto) o Castelli (el único revolucionario incorruptible de Mayo) deciden callar. Aquello que el padre y el prócer derrotados no pueden decir sólo puede narrarse, por cautelosas aproximaciones, desde la agujereada y discontinua respiración del relato o de la nouvelle. Derrotada la revolución, la narración que dé cuenta de los “entresijos de esa derrota” —como dijo alguna vez el propio Rivera— deberá estar perforada por aquello que permanece más allá de lo decible (por ignorancia, por escepticismo o por estratégica prudencia de un revolucionario en retirada). Pero, así como, en el plano de las ideas, Rivera no renuncia a postular la necesidad de una utopía, en el terreno literario la novela es el verdadero horizonte, el fantasma que organiza, a la distancia, la escritura de sus narraciones. A la revolución derrotada y aún pendiente corresponde, se dijo, el formato replegado de la nouvelle y del cuento, pero trabajado con la estrategia de un reducidor, de un jíbaro literario que somete a un revelador proceso de desmontaje y condensación la opulenta y compacta seguridad de los grandes formatos narrativos. Podría decirse que Rivera ha resignado —en el doble sentido de la palabra— el espacio propio de la novela: la ha cedido al enemigo pero sólo para asediarla con ataques certeros, incursiones guerrilleras de un narrador vietcong que conoce el territorio mejor que su ocupante extranjero. De allí, también, que las grandes extensiones de silencio que pueblan los relatos de Rivera no sean producto ni del capricho ni de la desidia sino espacios en blanco cargados de significación, a la manera de los silencios musicales. Como en el principio de Arquímedes, en el agua precisa de las narraciones de Rivera, el silencio es un cuerpo que desplaza un volumen de sentido igual al suyo. En análoga medida al escepticismo resistente que despiertan en Rivera la iniquidad del presente y las derrotas del pasado, las injurias que el tiempo y los otros infligen al individuo han ido replegando también su escritura al espacio económico del relato o la nouvelle. El personaje a veces sin nombre y a veces encarnado explícita o implícitamente en Arturo Reedson consigna en sus relatos esas capitulaciones privadas tanto como las voces más o menos épicas de revolucionarios derrotados y traidores no siempre impunes. En los textos más autobiográficos y en los perfectamente ajenos, en las diversas modalidades de la duración narrativa, Rivera se empeña en describir lo que queda de mundo —y de lenguaje— cuando se imponen la derrota o la enfermedad, esa otra derrota más íntima y por eso menos comunicable; lo que ocurre cuando el amor es desplazado por el afán de sometimiento o cuando la militancia se obnubila por 10
el poder o cede a la desesperanza. Rivera sabe que el lenguaje ya no puede dar cuenta de lo real de manera cierta; pero se empecina en creer que el relato puede dar, en su austero y fragmentado desarrollo, una imperfecta pero necesaria medida del mundo. De esa tozuda convicción, cargada de ironía y de áspera belleza, dan testimonio los cuentos aquí reunidos, tan admirables como el resto de su obra. 11 Guillermo Saavedra
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Esa materia cuyos ideales permanecen intactos pero a costa de revisar una<br />
y otra vez las trampas de la ideología y las defecciones de los hombres debe<br />
abandonar la forma novela cuando Mauricio Reedson (el obrero y militante<br />
honesto) o Castelli (el único revolucionario incorruptible de Mayo) deciden<br />
callar. Aquello que el padre y el prócer derrotados no pueden decir sólo puede<br />
narrarse, por cautelosas aproximaciones, desde la agujereada y discontinua<br />
respiración del relato o de la nouvelle. Derrotada la revolución, la narración que<br />
dé cuenta de los “entresijos de esa derrota” —como dijo alguna vez el propio<br />
<strong>Rivera</strong>— deberá estar perforada por aquello que permanece más allá de lo<br />
decible (por ignorancia, por escepticismo o por estratégica prudencia de un<br />
revolucionario en retirada). Pero, así como, en el plano de las ideas, <strong>Rivera</strong> no<br />
renuncia a postular la necesidad de una utopía, en el terreno literario la novela<br />
es el verdadero horizonte, el fantasma que organiza, a la distancia, la escritura<br />
de sus narraciones. A la revolución derrotada y aún pendiente corresponde, se<br />
dijo, el formato replegado de la nouvelle y del cuento, pero trabajado con la<br />
estrategia de un reducidor, de un jíbaro literario que somete a un revelador<br />
proceso de desmontaje y condensación la opulenta y compacta seguridad de los<br />
grandes formatos narrativos. Podría decirse que <strong>Rivera</strong> ha resignado —en el<br />
doble sentido de la palabra— el espacio propio de la novela: la ha cedido al<br />
enemigo pero sólo para asediarla con ataques certeros, incursiones guerrilleras<br />
de un narrador vietcong que conoce el territorio mejor que su ocupante<br />
extranjero. De allí, también, que las grandes extensiones de silencio que pueblan<br />
los relatos de <strong>Rivera</strong> no sean producto ni del capricho ni de la desidia sino<br />
espacios en blanco cargados de significación, a la manera de los silencios<br />
musicales. Como en el principio de Arquímedes, en el agua precisa de las<br />
narraciones de <strong>Rivera</strong>, el silencio es un cuerpo que desplaza un volumen de<br />
sentido igual al suyo.<br />
En análoga medida al escepticismo resistente que despiertan en <strong>Rivera</strong> la<br />
iniquidad del presente y las derrotas del pasado, las injurias que el tiempo y los<br />
otros infligen al individuo han ido replegando también su escritura al espacio<br />
económico del relato o la nouvelle. El personaje a veces sin nombre y a veces<br />
encarnado explícita o implícitamente en Arturo Reedson consigna en sus relatos<br />
esas capitulaciones privadas tanto como las voces más o menos épicas de<br />
revolucionarios derrotados y traidores no siempre impunes. En los textos más<br />
autobiográficos y en los perfectamente ajenos, en las diversas modalidades de la<br />
duración narrativa, <strong>Rivera</strong> se empeña en describir lo que queda de mundo —y<br />
de lenguaje— cuando se imponen la derrota o la enfermedad, esa otra derrota<br />
más íntima y por eso menos comunicable; lo que ocurre cuando el amor es<br />
desplazado por el afán de sometimiento o cuando la militancia se obnubila por<br />
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