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LISA KLEYPAS<br />
—Entonces, hazlo —dijo ella provocativamente—. Muéstrame que es un<br />
clímax, y cuando haya pasado, veremos si mis sentimientos van más allá del deseo<br />
físico.<br />
—Esa podría ser la peor idea que he oído en mi vida.<br />
—Un clímax pequeñito —le engatusó ella— No debe requerir mucho esfuerzo.<br />
Ya siento como si mil mariposas volaran en mi estómago.<br />
—Definitivamente, la peor —dijo él con voz ronca.<br />
Con decisión, ella atrajo su cuerpo contra el suyo, y se puso de puntillas para<br />
abrazarlo. Su boca suave rozó su mejilla y su mandíbula, mientras su mano se deslizó<br />
por la excitada longitud de su cuerpo, desde su cálido pecho hasta el final de sus<br />
costillas. Y más abajo. Excitada y avergonzada, ella exploró la dura y prominente<br />
extensión de su erección, curvando sus dedos sobre la turgente forma. Él gimió<br />
débilmente y cogió su muñeca.<br />
yo...<br />
— ¡Díos mío! No, espera, Lydia... me estás matando... hace tanto tiempo que<br />
Él separó su mano y la posó en la parte posterior de su vestido, haciendo<br />
saltar los botones de los lazos que los sujetaban.<br />
Ella sintió que su corpiño cedía, la pesada tela verde cayó hasta la curvatura<br />
de sus codos. Respirando pesadamente, Jake la levantó y la sentó en la mesa, y<br />
tomó la parte delantera de su corsé. Él mostraba una familiaridad vergonzosa con la<br />
ropa interior femenina, desenganchando las prendas con una habilidad que ni la<br />
propia Lydia poseía. El corsé, todavía tibio por su calor, fue lanzado con descuido al<br />
suelo, y su cuerpo quedó cubierto únicamente por la suave y frágil muselina de su<br />
camisola. Lydia tragó con fuerza, experimentando un momento de incertidumbre<br />
cuando su enorme cuerpo se situó entre sus muslos, las perneras de sus pantalones<br />
se perdieron entre las capas de su falda.<br />
—Para un hombre que afirma no ser un seductor —dijo ella—, muestras una<br />
notable falta de vacilación.<br />
Las yemas de sus dedos deslizaron los tirantes de su camisola por sus hombros.<br />
—Estoy haciendo una excepción contigo.<br />
Su débil risa se convirtió en un suave gemido cuando sintió su húmeda y<br />
ardiente boca deslizándose a lo largo de su cuello.<br />
Él murmuraba suaves palabras tranquilizadoras mientras la sostenía, la<br />
acariciaba, y deslizaba su camisola cada vez más abajo, hasta que la deslizó<br />
totalmente fuera de sus brazos.