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“CONTRA TODO PRONOSTICO”<br />
Él podría desviar fácilmente la cuestión. En cambio, la miró fijamente, con ojos<br />
tristes.<br />
—Sin falsa modestia, soy muy bueno en lo que hago, pero en mi profesión,<br />
encontrar muerte y dolor es inevitable. A veces es el infierno en la tierra, intentando<br />
ayudar a alguien con una herida mortal o una enfermedad incurable, teniendo a<br />
un marido al lado que me pide que salve a su esposa, o a un niño que me pide que<br />
no deje morir a su madre. A menudo, a pesar de mis mejores esfuerzos, fracaso.<br />
Intento encontrar las palabras correctas, ofrecer consuelo, dar una explicación de<br />
por qué pasan las cosas... pero no hay palabras —su cara se ladeó parcialmente,<br />
pero ella vio el débil rubor que coloreaba su mejilla bronceada—. Recuerdo la cara<br />
de cada paciente que ha muerto bajo mi cuidado. Y en las noches que no puedo<br />
dejar de pensar en ellos, necesito algo... alguien... que me ayude a olvidar. Al<br />
menos durante un rato —él le echó un vistazo con cautela— Últimamente esto no<br />
me está funcionando muy bien.<br />
Lydia nunca había imaginado le hablaría con tan cruda honestidad. Parecía<br />
tan seguro de sí mismo, tan invulnerable.<br />
— ¿Por qué sigues entonces siendo doctor, si ello te produce infelicidad? —le<br />
preguntó ella.<br />
La garganta de Jake produjo un sonido entrecortado por la risa.<br />
—Porque hay días que logro hacer las cosas bien y entonces ayudo a alguien<br />
a vivir contra <strong>todo</strong> <strong>pronóstico</strong>. A veces me llaman para que vaya a ayudar a nacer<br />
a un bebe, y cuando miro esa nueva vida en mis manos, me lleno de esperanza —él<br />
sacudió la cabeza y miró fijamente la pared, como si mirara a través de una gran<br />
distancia—. He visto milagros. De vez en cuando el cielo sonríe a la gente que más<br />
lo necesita, y ellos reciben el mejor regalo de <strong>todo</strong>s, una segunda oportunidad para<br />
vivir. Y entonces agradezco a Dios el ser médico y sé que nunca podré ser otra<br />
cosa.<br />
Lydia lo miró como si hubiese recibido un golpe, mientras su corazón pareció<br />
contraerse con un peculiar y dulce dolor. «Oh, no». Pensó ella con un sentimiento de<br />
turbación y pánico.<br />
En un momento, <strong>todo</strong> su engreída autocomplacencia se había esfumado.<br />
Mucho temía que se había enamorado de un hombre al que conocía durante<br />
años... un hombre tan familiar y a la vez tan desconocido.