Contra todo pronóstico

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26 LISA KLEYPAS — ¿Por qué piensa usted que mi preocupación por usted es fingida? — preguntó él. El resentimiento, y otra emoción incluso más dolorosa e inidentificable, hizo que Lydia sintiese nudos en el estómago. —Porque usted intentó convencer a Lord Wray de que yo no era lo bastante buena para él, y así impedir que él me pidiera en matrimonio. Sus ojos se entrecerraron. — ¿Eso es lo que él le ha dicho? —No con esas palabras exactamente. Pero usted le aconsejó que no se casara conmigo, y eso nunca se lo perdonaré. Linley suspiró con fuerza y miró fijamente el antiguo suelo de piedra. Parecía estar considerando algún complejo problema sin solución, parecido al modo en que Lydia lo había hecho la primera vez que comprendió que un número negativo no podía tener una raíz cuadrada negativa. —Tiene razón —dijo él sin emoción—. Le aconsejé a Wray que no se casara con usted. — ¿Por qué? — ¿Qué importa eso ahora? Wray desatendió mi consejo, usted aceptó su proposición, y el asunto estará concluido en aproximadamente treinta y ocho horas. — ¿Contando las horas que faltan, no? Con ese tiro indirecto, Linley en realidad dio un paso hacia atrás. Sus ojos destellaron con cautela, como si ella hubiese golpeado cerca de un secreto vital. —La dejaré en su aislamiento, Srta. Craven. Mis disculpas por interrumpir su soledad. Él se giró y empezó a marcharse, mientras Lydia lo fulminaba con la mirada. — ¿Se disculpa por eso, pero no por lo que le dijo a Lord Wray? Él se detuvo un momento. —Exacto —dijo él sin mirarla, y prosiguió sus pasos. Lydia caminó con grandes zancadas hacia la cámara más alejada, y se sentó sobre una silla de madera que crujió. Dejó caer de golpe su bolso de seda sobre la mesa, soltó un frustrado suspiro y colocó su cabeza entre sus manos. Una novia próxima a casarse no debería sentirse así, confundida, inquieta y enfadada.

27 “CONTRA TODO PRONOSTICO” Debería sentirse feliz. Su cabeza debería estar llena de sueños. En todas las novelas que había leído, el día de la boda de una chica era la ocasión más maravillosa de su vida. Si eso era cierto, ella era una vez más diferente del resto, porque no lo esperaba con ilusión. Ella siempre había deseado ser como los demás. Siempre había intentado imitar a sus amigas y había fingido interés por muñecas y juegos de interior, cuando en realidad había preferido mucho más subir a los árboles y jugar al ejército con sus hermanos. Más tarde, cuando sus primas habían estado absortas con la moda, las intrigas románticas y otros entretenimientos propios de chicas, ella había entrado en el fascinante mundo de las matemáticas y la ciencia. No importó cuánto la amó y protegió su familia, ellos no pudieron apartarla de los viles rumores y susurros malintencionados que insinuaban que era poco femenina, poco convencional,... peculiar. Ahora, había encontrado un hombre que era considerado por todos como un buen partido, y que incluso compartía sus aficiones. Cuando se casara con Wray, ella finalmente sería aceptada. Sería parte de la multitud, en vez de distinguirse de ella. Y eso sería un alivio. ¿Por qué, entonces, no era feliz? Lydia se frotó sus doloridas sienes mientras pensaba con preocupación en silencio. Necesitaba hablar con alguien sabio y comprensivo, que la ayudara a eliminar esas inexplicables punzadas de decepción y deseo que Jake Linley había despertado en ella. Su padre. Ese pensamiento la calmó de inmediato. Sí, ella se encontraría con su padre más tarde esa misma noche. Siempre era capaz de hablar con él sobre cualquier tema, y sus consejos, aunque dichos con crudeza, eran siempre confiables. Sintiéndose ligeramente mejor, sacó un taco de papel y un lápiz de su bolso y los colocó sobre la mesa. Justo cuando empezaba a escribir una larga secuencia de números sobre un trozo de papel ya emborronado por garabatos anteriores, escuchó el sonido de unos pasos. Frunciendo el ceño, levantó la cabeza y se encontró con la severa cara de Linley. — ¿Por qué está usted todavía aquí? —Está cerrado —dijo él con voz cortante. — ¿La puerta exterior? Pero eso es imposible. Tendrían que haberla cerrado desde el exterior. —Bueno, así es. Lancé todo mi peso sobre ella y esa maldita puerta ni se movió.

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LISA KLEYPAS<br />

— ¿Por qué piensa usted que mi preocupación por usted es fingida? —<br />

preguntó él.<br />

El resentimiento, y otra emoción incluso más dolorosa e inidentificable, hizo<br />

que Lydia sintiese nudos en el estómago.<br />

—Porque usted intentó convencer a Lord Wray de que yo no era lo bastante<br />

buena para él, y así impedir que él me pidiera en matrimonio.<br />

Sus ojos se entrecerraron.<br />

— ¿Eso es lo que él le ha dicho?<br />

—No con esas palabras exactamente. Pero usted le aconsejó que no se<br />

casara conmigo, y eso nunca se lo perdonaré.<br />

Linley suspiró con fuerza y miró fijamente el antiguo suelo de piedra. Parecía<br />

estar considerando algún complejo problema sin solución, parecido al modo en<br />

que Lydia lo había hecho la primera vez que comprendió que un número negativo<br />

no podía tener una raíz cuadrada negativa.<br />

—Tiene razón —dijo él sin emoción—. Le aconsejé a Wray que no se casara<br />

con usted.<br />

— ¿Por qué?<br />

— ¿Qué importa eso ahora? Wray desatendió mi consejo, usted aceptó su<br />

proposición, y el asunto estará concluido en aproximadamente treinta y ocho horas.<br />

— ¿Contando las horas que faltan, no?<br />

Con ese tiro indirecto, Linley en realidad dio un paso hacia atrás. Sus ojos<br />

destellaron con cautela, como si ella hubiese golpeado cerca de un secreto vital.<br />

—La dejaré en su aislamiento, Srta. Craven. Mis disculpas por interrumpir su<br />

soledad.<br />

Él se giró y empezó a marcharse, mientras Lydia lo fulminaba con la mirada.<br />

— ¿Se disculpa por eso, pero no por lo que le dijo a Lord Wray?<br />

Él se detuvo un momento.<br />

—Exacto —dijo él sin mirarla, y prosiguió sus pasos.<br />

Lydia caminó con grandes zancadas hacia la cámara más alejada, y se sentó<br />

sobre una silla de madera que crujió. Dejó caer de golpe su bolso de seda sobre la<br />

mesa, soltó un frustrado suspiro y colocó su cabeza entre sus manos. Una novia<br />

próxima a casarse no debería sentirse así, confundida, inquieta y enfadada.

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