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Contra todo pronóstico

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La noche empezaba a empeorar por momentos.<br />

24<br />

LISA KLEYPAS<br />

¿Qué, en el nombre de Dios, había dicho la madre de Linley? Llena de<br />

frustración, Lydia se dirigió hacia las puertas que conducían a los jardines y se deslizó<br />

fuera sin vacilación, para dirigirse a un lugar donde sabía que podría estar sola, la<br />

bodega de vinos de la finca.<br />

Hasta que terminó su niñez, la bodega había sido su lugar de retiro favorito.<br />

Ella y sus hermanos más jóvenes habían estado siempre fascinados por ese gran<br />

recinto bajo tierra con tres cámaras, llenas de cientos de estantes con botellas<br />

verdes y ambarinas con etiquetas extranjeras. La bodega era refutada como una<br />

de las más finas de Inglaterra, abastecida con una extravagante variedad de raros<br />

y caros champanes, brandys, oportos, jerez, Borgoña, claretes...<br />

En la cámara más apartada, un banco, un armario, y una pequeña mesa<br />

servían como lugar donde descorchar las botellas y probar su contenido. Lydia<br />

recordaba incontables juegos en los que ella y el resto de los Craven habían jugado<br />

a ser piratas, espías, o al escondite en los sombríos rincones de la bodega. En<br />

alguna ocasión, ella se había sentado en aquella mesa y había resuelto algún<br />

problema matemático, agradeciendo el silencio y el aroma a madera vieja,<br />

especias y cera.<br />

Abriendo una pesada puerta de madera, se dirigió hacia abajo con pisadas<br />

cortas sobre el suelo de piedra. Las lámparas estaban encendidas, ya que el<br />

mayordomo hacía continuos viajes a la bodega para coger la bebida para los<br />

invitados. Después del barullo que había arriba, la bendita tranquilidad de la<br />

bodega era un alivio indescriptible.<br />

Lydia suspiró profundamente y comenzó a relajarse. Con una sonrisa<br />

pesarosa, empezó a masajearse su dolorida nuca. Quizás finalmente empezaba a<br />

experimentar los nervios nupciales, después de tanta preocupación durante tantos<br />

días por no tenerlos.<br />

Una serena voz interrumpió la tranquilidad del sótano.<br />

— ¿Señorita Craven?<br />

Levantado la vista con sobresalto, Lydia contempló al hombre que menos<br />

deseaba ver. Jamás.<br />

—Linley —dijo ella con gravedad, dejando caer su mano a un lado— ¿Qué<br />

hace usted aquí?

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