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LISA KLEYPAS<br />
estarlo, ¿era justo ofrecer alguna objeción? Cuando era joven, Sara había tenido la<br />
libertad de encontrar su propio marido, y su elección había sido poco convencional<br />
desde el punto de vista de cualquiera. Lydia ciertamente se merecía la misma<br />
oportunidad.<br />
Recordando los días de su noviazgo con Derek Craven, Sara se deslizó un poco<br />
más abajo dentro del agua, mientras los dedos de sus pies empujaban ociosamente<br />
la espuma de un lado al otro de la bañera. Por aquel entonces Derek había sido el<br />
propietario del club de juego más notorio de Inglaterra, haciendo una fortuna<br />
explotando la avaricia de sus clientes aristocráticos. Cuando Sara lo había<br />
conocido, Derek era ya un personaje legendario, un bastardo sin un penique que<br />
finalmente se había convertido en el hombre más rico de Londres. Nadie, y menos<br />
aún el propio Derek, habría afirmado que él era un partido factible para una joven<br />
tan ingenua como Sara. Y entonces ellos se habían atraído irresistiblemente,<br />
demasiado desesperados para tomar cualquier otra decisión.<br />
Eso era lo que le molestaba de Lydia y Lord Wray, comprendió Sara. Uno tenía<br />
la sensación de que su relación siempre se mantendría en un nivel tibio y seguro. Por<br />
supuesto, Sara era consciente de que en la clase alta, las bodas por amor se<br />
consideraban ordinarias y provincianas. Sin embargo, ella procedía del campo,<br />
había sido criada bajo la tierna dirección de dos padres que se habían amado<br />
profundamente. Cuando era joven había querido encontrar eso para sí misma, y<br />
como madre, desde luego, no quería menos para sus hijos.<br />
Sara estaba tan absorta en sus pensamientos que no oyó el sonido de alguien<br />
entrando en el cuarto de baño. De repente se sobresaltó por la visión de un<br />
chaleco deslizándose hacia la silla de madera de la esquina… seguido<br />
inmediatamente por una oscura corbata de seda. Cuando ella empezaba a<br />
sentarse, un par de musculosos brazos se deslizaron a su alrededor desde atrás.<br />
Lentamente él empujó su espalda contra la cálida pared de porcelana de la<br />
bañera.<br />
—Te he echado de menos, ángel, —susurró él.<br />
Sonriendo, Sara se relajó apoyándose contra él y jugó con los bordes de su<br />
arremangada camisa. Derek había estado fuera, en Londres, durante los últimos tres<br />
días, negociando un trato entre su compañía de telégrafos y el ferrocarril South<br />
Western para colocar nuevas líneas telegráficas a lo largo de las vías de tren.<br />
Aunque ella se había mantenido ocupada en su ausencia, los días —y las noches—<br />
le habían parecido realmente muy largos.<br />
—Llegas tarde— le dijo ella, su voz afectada con una nota coqueta—<br />
Esperaba que volvieses para la cena. Te has perdido un delicioso esturión.<br />
—Tendré que cenarte a ti, entonces.<br />
Sus largas manos se sumergieron bajo el agua.