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Juan José Botero<br />
Andrea, emocionada, ni dar las gracias pudo, y temblorosa, y pálida tomó el<br />
regalo en sus manos y le besó con el inocente júbilo de un ángel.<br />
A esto llegaron los hijos de Luisa a saludar a la recién venida, y aquello fue<br />
una sola fiesta ese día en “Los Alticos”...<br />
en fin, después de los naturales desahogos, Andrea contó a Luisa todo lo<br />
que le había acontecido en el viaje, hablándole con tánto entusiasmo de Olivia,<br />
que lloraba al nombrarla mostrándole, además, los dijes y barajitas traídos de la<br />
correría, con la pueril satisfacción de un niño sin mácula de pecado.<br />
Luisa, a su vez, le refirió lo que había pasado por aquellos mundos durante<br />
su ausencia, haciéndole saber, que por su causa le había sido arrebatada a los<br />
maromeros, y los peligros que corría con aquellas gentes, en el oficio de volatinera,<br />
cosa en que Andrea, poco o quizás nada había pensado...<br />
está, pues, de vuelta la perla de “san Pablo”, y la tenemos asegurada por<br />
ahora, en la casa de la persona a quien ella más quiere y que por ella más se interesa;<br />
mejorada así un poco su miserable condición, sintiendo sí, aquel terrible<br />
malestar de quien sabe que tarde o temprano ha de volver al potro de martirio,<br />
a la casa de sus despiadados verdugos.<br />
Bien felices pasaron para ella aquellos días: mimada por Luisa, bien querida<br />
de los niños de ésta, descansando de su largo viaje, y recibiendo de nuevo<br />
las lecciones que tanto aprovechaba, por su empeño en estudiar y el afán de la<br />
maestra en enseñarle.<br />
Pero llegó el día temido, y como el compadre y alférez de marras cacique<br />
de “el Chuscal”, Don Miguel de Arenas, asistiera al mercado de Rionegro, fué<br />
llamado por los indios para el objeto de la fianza.<br />
Arenas entró al despacho de la Alcaldía, con su porte repolludo, sombrero<br />
en mano y calva al aire, larga ruana pastusa a listas azules, zurriago en mano,<br />
y muchos tragos en la cabeza... item más, cierta gravedad cómica y actitud de<br />
superior, como señor de vasallos, y con voz un tanto arrogante, dijo:<br />
—A su llamado mi Alcalde; ¿a yo para qué se me necesita?<br />
—Hay detenidas en la cárcel dos personas, Mateo Blandón y Romana<br />
Grisales, y de parte de ellos ha sido llamado.<br />
—¡Ah!, y para qué? mi Alcalde.<br />
—A ver si usted los fía para ser excarcelados.<br />
—Y qué se les aquimula?<br />
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