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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />
es decir que, corroborando el dicho de Mateo y Romana, con lo expuesto<br />
por Andrea, si no quedaban <strong>del</strong> todo disculpados, por lo menos, se atenuaba<br />
en mucha parte la culpabilidad de aquellos miserables, máxime cuando Basilio,<br />
único conocedor de la trama, por lo tímido y cerrado de intelecto, hizo de la<br />
declaración tál embrollo, que al fin por esta parte nada en limpio se sacó.<br />
sin embargo, el Alcalde no quiso que por lo pronto volviera Andrea a “el<br />
Arenal”, y mucho menos poner en libertad a los indios sin una fianza que les<br />
sirviera de freno; conviniendo, de acuerdo con éstos, en que Luisa, como más<br />
vecina, mujer honrada y muy de la casa de sus compadres, se hiciera cargo de<br />
Andrea, en depósito, mientras se despejaba la incógnita en aquel intrincado<br />
asunto.<br />
Así, que, cuál fue el susto y el gusto a la vez, de Luisa, cuando vió llegar a<br />
“Los Alticos”, al comisario Perico, con un lió de ropa al hombro y en su seguimiento<br />
a la redimida niña.<br />
Y no menos el placer de ésta al tornar a la casa de su ángel custodio, de su<br />
bienhechora y desinteresada amiga.<br />
—Buenas tardes, mamá Luisa, gritó desde lejos Andrea, y corriendo llegó<br />
donde ella, echándose en sus brazos como lo hiciera con su propia madre.<br />
—Buenas tardes, mi vida, contestóle Luisa, abrazándola y con los ojos<br />
aguados por el llanto, ya creía no verla más.<br />
—Por qué, mamá Luisa, ahí no está la Virgen que vé por nosotras.<br />
Y dejando los brazos de su amiga, corrió a la sala de la casa, donde cayendo<br />
de rodillas al pié de aquel pequeño oratorio que ya conocemos, trataba de asirse<br />
al cuadrito, o de abrazar la pequeña imagen de la inmaculada Concepción que<br />
tánto veneraba y quería.<br />
—¡Por qué no te llevé yo, mi Virgencita!, qué falta tan grande me has hecho!...Ahora<br />
sí, Madre mía, ya no volveré a dejarte...<br />
—No es cierto, mamá Luisa? dijo, dirigiéndose a ésta, que desde el umbral<br />
de la puerta presenciaba, sollozando, aquella tierna salutación.<br />
—sí, mi hija, contestóle, y en prueba de ello, desde hoy será suya la santica.<br />
esto diciendo, tomó Luisa <strong>del</strong> altar el cuadrito dándoselo, con esta relación:<br />
—La virgencita es suya, la llevará a su lado para que la libre de todo mal<br />
y peligro.<br />
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