Lejos del nido
Lejos del nido Lejos del nido
* Lejos del nido —estoy… a sus órdenes, contestó Albertini inmutándose, y con temblador acento. —sé que hay en su Compañía una niña a quien llaman con el nombre de Carolina... —sí, señor, que la hay. —sírvase usted presentarla, ahora mismo. —señor, contestó Albertini, algo más alarmado, siento no acceder a su exigencia, pero con todo acato digo a usted que no puedo presentarla. —Y yo, con la misma atención, se la exijo, en nombre de la ley, y de la autoridad que me dá ésta. —Repito a usted, señor, que no la presentaré, sin que me dé la razón de tal exigencia, dándole a la voz un tono airado y fingiendo aplomo por esta vez. —La razón puede deducirla de la lectura que le haré a usted de esta nota. el Alcalde le enseñó en seguida el exhorto, y a medida que le oía leer, cambiaba el volatinero de expresión, dejando el aire vanidoso que quiso darse al principio. —Ahora, ¿qué dice usted de esto?, le interrogó el empleado. —Pues yo creo, señor Alcalde, que no siendo esta la hora propicia para tratar el asunto, bien podíamos dejarlo para mañana, y en su despacho a la hora que usted fije, nos entendemos. el empleado vaciló un poco, pero sabiendo que el viaje de aquellas gentes era el día siguiente, plantó de firme, y de nuevo intimó a Albertini la presentación de la niña. esta vez fue el volatinero el de la vacilación, mas, conociendo, corno hombre de mundo, el embrollo en que pudiera meterse, por negarse a la exigencia, cambiando de tono y con la galantería del hombre corrido, dijo: —Veo que el sr. Alcalde está cumpliendo con su deber y nada más, y que pensando bien el asunto, no es por su gusto como desempeña tan enojosa comisión; que todo viene de intriga o demanda de algún malqueriente de mi acreditada Compañía. Así, pues, creo, que zanjamos esta cuestión, dando a usted la niña por esta noche y mañana a la hora de despacho, estaré en su ofícina para hacer valer mis derechos... —¡Carolina!, gritó Albertini, mirando al interior de la casa, ven hija; pero, que quede allí Olivia. Carolina, o diremos mejor Andrea, se presentó con alguna elegancia y un poco despejada. * 92
* Juan José Botero —¿Qué quiere usted, señor?, dijo la niña saliendo. —Mira, hija, le dijo Albertini, debes seguir con el señor Alcalde a pasar la noche en su casa, ciertos arreglos que así lo exigen dan lugar a esto. Mañana iré por ti para que sigamos nuestra marcha. —Y Olivia, ¿no viene conmigo? —irá, hija, irá dentro de poco, o por la mañana, dijo el volatinero por contestar algo. Cuánto había congeniado Andrea con la maromerita en aquel su corto viaje, y por eso no quería ya separarse de ella; mas, no hubo remedio, siguió al Alcalde, quien con la acuciosidad del buen empleado, desempeñó bien su encargo, arrebatando por esta vez a la niña, y tan a tiempo, de aquel torbellino que le habia envuelto y la llevaba de tumbo en tumbo.... ¿adónde? Allá: A donde va toda cosa: Do van las hojas de rosa Y las hojas de laurel... A morir quizás marchita, seca y sin perfume, en suelo extranjero, lejos, si, muy lejos del nido... el Alcalde de Amalfi, atendía la hora, y por ser la niña de aquella edad y de tan agraciado porte, llevóla a su casa, a que allí pasara el tiempo de la permanencia en esa ciudad, mientras llegaba la ocasión de remitirla a su destino. ¡Ay! pero cuál fue el seño que puso la señora Alcaldesa, al ver en su hogar, a una maromera. ¡sí, puso los gritos en el cielo! Mas a poco de tratarla, toda mala impresión se borró de la señora, y al sentimiento de repulsión de la primera vista, siguióse otro enteramente contrario, de simpatía y aún de amor, una vez que fué examinada la inocente criatura y que ella con la candidez del niño, les refirió la manera de hallarse entre aquellas gentes. Así que, a contar de la hora del interrogatorio en adelante, todo fué obsequios para Andrea, colmándola de atenciones hasta el punto de no permitir el envio de ella para Rionegro, bajo la custodia de un hombre solo, aguardando que una respetable familia, que debía seguir en dirección al sur, se moviera en viaje, para confiarle la conducción de la milagrosamente rescatada niña… * 93
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Juan José Botero<br />
—¿Qué quiere usted, señor?, dijo la niña saliendo.<br />
—Mira, hija, le dijo Albertini, debes seguir con el señor Alcalde a pasar la<br />
noche en su casa, ciertos arreglos que así lo exigen dan lugar a esto. Mañana iré<br />
por ti para que sigamos nuestra marcha.<br />
—Y Olivia, ¿no viene conmigo?<br />
—irá, hija, irá dentro de poco, o por la mañana, dijo el volatinero por contestar<br />
algo.<br />
Cuánto había congeniado Andrea con la maromerita en aquel su corto<br />
viaje, y por eso no quería ya separarse de ella; mas, no hubo remedio, siguió<br />
al Alcalde, quien con la acuciosidad <strong>del</strong> buen empleado, desempeñó bien su<br />
encargo, arrebatando por esta vez a la niña, y tan a tiempo, de aquel torbellino<br />
que le habia envuelto y la llevaba de tumbo en tumbo.... ¿adónde?<br />
Allá:<br />
A donde va toda cosa:<br />
Do van las hojas de rosa<br />
Y las hojas de laurel...<br />
A morir quizás marchita, seca y sin perfume, en suelo extranjero, lejos, si,<br />
muy lejos <strong>del</strong> <strong>nido</strong>...<br />
el Alcalde de Amalfi, atendía la hora, y por ser la niña de aquella edad y<br />
de tan agraciado porte, llevóla a su casa, a que allí pasara el tiempo de la permanencia<br />
en esa ciudad, mientras llegaba la ocasión de remitirla a su destino.<br />
¡Ay! pero cuál fue el seño que puso la señora Alcaldesa, al ver en su hogar,<br />
a una maromera.<br />
¡sí, puso los gritos en el cielo!<br />
Mas a poco de tratarla, toda mala impresión se borró de la señora, y<br />
al sentimiento de repulsión de la primera vista, siguióse otro enteramente<br />
contrario, de simpatía y aún de amor, una vez que fué examinada la inocente<br />
criatura y que ella con la candidez <strong>del</strong> niño, les refirió la manera de hallarse<br />
entre aquellas gentes.<br />
Así que, a contar de la hora <strong>del</strong> interrogatorio en a<strong>del</strong>ante, todo fué obsequios<br />
para Andrea, colmándola de atenciones hasta el punto de no permitir el envio<br />
de ella para Rionegro, bajo la custodia de un hombre solo, aguardando que una<br />
respetable familia, que debía seguir en dirección al sur, se moviera en viaje, para<br />
confiarle la conducción de la milagrosamente rescatada niña…<br />
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