Lejos del nido
Lejos del nido Lejos del nido
* Lejos del nido —Madruguen mucho, volvio Luisa al entrar al rastrojo, en casa los aguardo, y... otra vez... ¡cuenta!,. mucha reserva. —Como le dije, comadre, puese lao, dispensiónese... Al fin, dejando aquellos tipos, después de tan largo comadrear, Luisa siguió camino de “Los Alticos”, en la más dura alternativa: contenta por estar ya en la pista para seguir en solicitud de Andrea, y desalentada porque habían pasado algunos días, y ¿dónde irían con ella? —en manos de unos vagamundos, se decía, de gentes perdidas, aquel ángel de inocencia y de bondad... ¡Ah! viejos infames!... Bien claro se veía que esos, no eran tales abuelos de la niña... ¡Dizque abuelos! ¡unos miserables indios, de un angelito de mi Dios!... ¡Cuánto habrá sufrido, la niña!... pero, nó, menos, de seguro de lo que al lado de esos... esos.., yo, qué sé... ¡ay!, si me da tanta injuria!... y haberles dado mis hijos de ahijados... ¡qué estaría yo viendo!... (esto último lo dijo Luisa apretando los dientes y halando de una trenza), y con el descaro que me aseguraron que a la niña dizque se la había llevado el tal Cosme… ¡Ah! malditos…! Con tales reflexiones y pensares la viuda llegó a la casa, dió de cenar a su madre e hijos, rezó con ellos, les llevó a la cama, y luégo ella se fué a la suya. Pero, dormir, ¿quién dijo?, ni por pienso. Aquel si fué un desvelo tenaz, el que la acompañó hasta cerca del amanecer; y si durmió un poco en aquella hora, fué un pesado y molesto sueño, preocupada como estaba, con el asunto de Andrea. XIX Al fin amaneció para Luisa aquel día de esperanzas y de dudas. Preparó desayuno para su madre e hijos y para ella; se dió un baño de cara, brazos y pies, se hizo un descuidado, pero elegante peinado; se vistió con el traje de luto que alzó casi a la rodilla para no humedecerlo con el rocío de la mañana, se arrebujó con pañolón negro de merino y ancho fleco de seda, poniendo sobre la erguida cabeza un blanco sombrero jipijapa, con cinta negra, caído de ala por un lado, que le asentaba a maravilla, y toda ella oliendo a esas yerbecitas de la huerta, como quien dice, a mejorana. * 86
* Juan José Botero ¡Qué tipo! Muy bella a la verdad, estaba Luisa aquella mañana, cuando ataviada así, tomó el camino de Rionegro, dejando atrás el nido que abrigaba sus caros seres, para marchar con frente serena y corazón noble, al bien, a la caridad, a la virtud... sí, muy bella y elegante era aquella campesina con esa belleza física que hacía la admiración de quien la miraba, y más, mucho más, con la belleza moral que tánto adorno prestaba a su simpático ser. Ya en Rionegro, acompañada de Basilio, se dirigió al despacho de la Alcaldia, situado en la parte alta de la Casa Consistorial, no sin emocionarse bastante al trepar la escalera. Terminada la ascensión, se detuvo en una especie de zaguán frente al despacho, y como el Alcalde reparara en ella le hizo entrar, conociendo que deseaba hablarle. Al ser interrogada, Luisa le contestó con sumo desparpajo: —Vengo, señor Alcalde, a tratar con usted un asunto delicado. —¿su nombre? preguntó el empleado. —María Luisa Villada de Jurado, una servidora de usted. el Alcalde comprendió por el ademán, la cadencia de voz y la respuesta, que no se las hallaba con una mujer de así poco más o menos, por lo cual se paró a oírle, prestándole mejor atención. —señora, dijo el Alcalde, estoy a sus órdenes. entonces, Luisa, con aquella sencillez del campesino, pero con una facilidad de dicción no aprendida ni estudiada, habló todo lo que ya sabemos respecto a la desaparición de Andrea, y al terminar se expresó de esta manera: —señor, yo no tengo más interés en este asunto, que el de hacer el bien por lo que me dice mi conciencia. Ahora, en lo que toca con mis compadres Mateo y Romana, ojalá no les sobrevenga alguna cosa grave, que si han obrado mal, Dios les arreglará la cuenta cuando le llame a su santo Tribudal. sí le suplico, señor Alcalde, que, si la niña es hallada, me los amoneste bien y si es posible me los amarre de algún modo, para que cese el mal manejo que tienen con ella. También espero de usted, señor, que me guarde la reserva en este asunto, pues no quiero indisponerme con nadie, especialmente con vecinos y relacionados; pero, en último caso, si ello fuere necesario, entraré * 87
- Page 33 and 34: * Juan José Botero VII A la casa d
- Page 35 and 36: * Juan José Botero agua… agua ca
- Page 37 and 38: * Juan José Botero Al llegar, enco
- Page 39 and 40: * Juan José Botero —Cómo no los
- Page 41 and 42: * Juan José Botero lo que le pasab
- Page 43 and 44: * Juan José Botero la lluvia, pues
- Page 45 and 46: * Juan José Botero Y de coparcios
- Page 47 and 48: * Juan José Botero 13 de Junio. A
- Page 49 and 50: * Juan José Botero de que venimos
- Page 51 and 52: * Juan José Botero en mano, el alf
- Page 53 and 54: * Juan José Botero almorzar, dejó
- Page 55 and 56: * Juan José Botero exponiéndose,
- Page 57 and 58: * Juan José Botero calmado, por de
- Page 59 and 60: * Juan José Botero Así pues, que,
- Page 61 and 62: * Juan José Botero Afortunadamente
- Page 63 and 64: * Juan José Botero La esperanza es
- Page 65 and 66: * Juan José Botero Alguno que otro
- Page 67 and 68: * Juan José Botero —Cómo quiere
- Page 69 and 70: * Juan José Botero tienen la puert
- Page 71 and 72: * Juan José Botero Así fue que, a
- Page 73 and 74: * Juan José Botero XVII Dijimos an
- Page 75 and 76: * Juan José Botero A una de las co
- Page 77 and 78: * Juan José Botero —Yo no sé, m
- Page 79 and 80: * Juan José Botero —Comadre, dec
- Page 81 and 82: * Juan José Botero —¡Válgame!,
- Page 83: * Juan José Botero Luisa acababa d
- Page 87 and 88: * Juan José Botero —¿Conoció a
- Page 89 and 90: * Juan José Botero A paso largo sa
- Page 91 and 92: * Juan José Botero —¿Qué quier
- Page 93 and 94: * Juan José Botero ¡Pobre la maro
- Page 95 and 96: * Juan José Botero Andrea, emocion
- Page 97 and 98: * Juan José Botero Los indios llor
- Page 99 and 100: * Juan José Botero Arenal”, en p
- Page 101 and 102: * Juan José Botero Ya no debemos d
- Page 103 and 104: * Juan José Botero esta niña, des
- Page 105 and 106: * Juan José Botero hasta bozales,
- Page 107 and 108: * Juan José Botero —Pues piense
- Page 109 and 110: * Juan José Botero Luisa le hizo s
- Page 111 and 112: * Juan José Botero en esa noche, l
- Page 113 and 114: * Juan José Botero también le cab
- Page 115 and 116: * Juan José Botero ¡Ay! pero le l
- Page 117 and 118: * Juan José Botero No hubo que hac
- Page 119 and 120: * Juan José Botero este, ni entre
- Page 121 and 122: * Juan José Botero para la que no
- Page 123 and 124: * Juan José Botero Debía llegar v
- Page 125 and 126: * Juan José Botero —Y él no era
- Page 127 and 128: * Juan José Botero —Buenas tarde
- Page 129 and 130: * Juan José Botero Y si esa vuelta
- Page 131 and 132: * Juan José Botero Pero nos falta
- Page 133 and 134: * Juan José Botero y abriendo la p
*<br />
<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />
—Madruguen mucho, volvio Luisa al entrar al rastrojo, en casa los aguardo,<br />
y... otra vez... ¡cuenta!,. mucha reserva.<br />
—Como le dije, comadre, puese lao, dispensiónese...<br />
Al fin, dejando aquellos tipos, después de tan largo comadrear, Luisa siguió<br />
camino de “Los Alticos”, en la más dura alternativa: contenta por estar ya en la<br />
pista para seguir en solicitud de Andrea, y desalentada porque habían pasado<br />
algunos días, y ¿dónde irían con ella?<br />
—en manos de unos vagamundos, se decía, de gentes perdidas, aquel ángel<br />
de inocencia y de bondad... ¡Ah! viejos infames!... Bien claro se veía que esos, no<br />
eran tales abuelos de la niña...<br />
¡Dizque abuelos! ¡unos miserables indios, de un angelito de mi Dios!...<br />
¡Cuánto habrá sufrido, la niña!... pero, nó, menos, de seguro de lo que al lado de<br />
esos... esos.., yo, qué sé... ¡ay!, si me da tanta injuria!... y haberles dado mis hijos<br />
de ahijados... ¡qué estaría yo viendo!... (esto último lo dijo Luisa apretando los<br />
dientes y halando de una trenza), y con el descaro que me aseguraron que a la<br />
niña dizque se la había llevado el tal Cosme… ¡Ah! malditos…!<br />
Con tales reflexiones y pensares la viuda llegó a la casa, dió de cenar a su<br />
madre e hijos, rezó con ellos, les llevó a la cama, y luégo ella se fué a la suya.<br />
Pero, dormir, ¿quién dijo?, ni por pienso. Aquel si fué un desvelo tenaz,<br />
el que la acompañó hasta cerca <strong>del</strong> amanecer; y si durmió un poco en aquella<br />
hora, fué un pesado y molesto sueño, preocupada como estaba, con el asunto<br />
de Andrea.<br />
XIX<br />
Al fin amaneció para Luisa aquel día de esperanzas y de dudas. Preparó<br />
desayuno para su madre e hijos y para ella; se dió un baño de cara, brazos y pies,<br />
se hizo un descuidado, pero elegante peinado; se vistió con el traje de luto que<br />
alzó casi a la rodilla para no humedecerlo con el rocío de la mañana, se arrebujó<br />
con pañolón negro de merino y ancho fleco de seda, poniendo sobre la erguida<br />
cabeza un blanco sombrero jipijapa, con cinta negra, caído de ala por un lado,<br />
que le asentaba a maravilla, y toda ella oliendo a esas yerbecitas de la huerta,<br />
como quien dice, a mejorana.<br />
*<br />
86