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Lejos del nido

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*<br />

Juan José Botero<br />

XVII<br />

Dijimos antes, que aquel desgraciado sábado para Andrea, después de la<br />

reyerta aguardentosa de los esposos Mateo y Romana, ésta, bien porque no le<br />

llamara la atención aquello de volatines, o porque a su conciencia apareciera<br />

siquiera algún indicio de remordimiento, dejó a esposo y sola siguió a “san<br />

Antonio”, y allí pasó la noche donde su comadre Asunción Quinchía, y al día<br />

siguiente fué a “el Arenal”.<br />

La llegada de Ramona a su casa, sin la niña fue punto un tanto azaroso,<br />

pues aunque es cierto que no quería a Andrea con el cariño de madre, alguna<br />

inclinación le impulsaba a ella, y esto sin contar la falta que en lo sucesivo les<br />

haría. Mas “el hombre” lo dispuso y ella, qué hacía, reflexión con que trataba<br />

de engañarse.<br />

Pero así y todo, al entrar a la cocina y verse tan sola, le sobrevino un decaimiento<br />

de ánimo tal, que no fue capaz ni de alzar una olla al fogón, pasando<br />

hasta más <strong>del</strong> medio día, con unos pocos tragos de agua de panela que le diera<br />

por la mañana, como desayuno, su comadre “sunción”.<br />

Quien hubiera llegado por aquella vez a la casa de “el Arenal” y se asomara<br />

por las rendijas de la mal cerrada cocina, por más hecho que estuviera a cuentos<br />

de brujas, y a fantasmagorías, de seguro que de huída sale hasta parar quién<br />

sabe donde.<br />

figúrese ud. aquella sucia pocilga, que ya conocemos, en el mayor desorden:<br />

las ahumadas totumas, rotos platos y cucharas de madera, sin el fregado correspondiente,<br />

esparcidos por el suelo, así como los tiestos de lo que antes fueron<br />

ollas y cazuelas; medio molinillo y ni medio siquiera mecedor maza morrero,<br />

tan gastados por el uso, que apenas sí daban a conocer su especie; las piedras de<br />

moler secas y lamosas; el fogón tan frío, que muy bien se podía sembrar frailejón<br />

en él, el calabazo, que tantos suspiros y mojadas costó a Andrea, tirado en el<br />

suelo y sin una gota de agua; un gato ceniciento y tísico, tratando de hallar en<br />

el frío rescoldo, el calor de otros días, y en un rincón de aquella tétrica cocina, y<br />

sobre tosco banco, la vieja Romana, taciturna, y con los enmarañados mechones<br />

de pelo caídos sobre el rostro.<br />

Y ¡qué expresión, Dios mío!: ¿sería que ya había comenzado a labrar el<br />

remordimiento en aquella alma ruin?<br />

*<br />

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