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Juan José Botero<br />
Alguno que otro labrador caminaba libre <strong>del</strong> carguío, arreando su mataloncito.<br />
en medio de este desfile marchaban preocupados y esquivos Mateo y Romana<br />
y al lado de ellos, indiferente con su cándida belleza, Andrea, como isaac<br />
siguiendo a Abraham a la cumbre <strong>del</strong> Moria.<br />
Y si aquellos primeros, los de las cargas de leña y comestibles, se andaban<br />
risueños y comunicativos, haciendo las cuentas alegres <strong>del</strong> campesino, cuando<br />
camina a la venta <strong>del</strong> producto de su trabajo, estos sí venían huraños, haciendo<br />
las cuentas diabólicas de otra clase de venta que iban disponiendo interiormente,<br />
con astucia...<br />
Porque, es de saberse, que si Mateo salió descorazonado de la pieza <strong>del</strong><br />
maromero, a poco, y alentado por un acuerpado chisguete que se escurrió en el<br />
estanco, y acosado por el recuerdo <strong>del</strong> cajón que viera, hasta el gollete, de monedas,<br />
emprendió con mayor empeño la campaña, con la idea fija de desprenderse<br />
de Andrea a todo trance.<br />
Y es por esto, por lo que los vemos aquel sábado por la mañana, caminando<br />
con la niña para Rionegro, aseada y trajeada al gusto de Romana, para “pasársela<br />
por <strong>del</strong>ante al taimado Deleitor” cómo decía el viejo.<br />
Al fin llegaron al pueblo, instalándose en una esquina de la plaza en espera<br />
de la ocasión.<br />
Al medio día cuando el payaso con sus desabridas gracias, abanderado,<br />
banda de música y séquito de boquiabiertos admiradores de sus sandeces, salió<br />
a invitar para la función, los indios se movieron, y llevados por la corriente de<br />
aquel gentío, fueron a dar al patio de la escuela.<br />
Andrea entró recelosa, estrujada por oleadas de curiosos que se disputaban<br />
los puestos inmediatos al payaso, para verle y oirle mejor; pero esto duró poco,<br />
pues en seguida desfiló aquel acompañamiento, quedando sola con los indios<br />
en tan extraño sitio.<br />
Mateo y Romana, con ese aire socarrón de los de su raza, dieron en curiosear<br />
cuerdas, tijeras, farolas, &.&., para entretener el tiempo y disimular su<br />
permanencia en aquellos lugares.<br />
en una de estas, acertó a pasar cerca de ellos el maestro Albertini, y como<br />
reparara en tan singular trío, de los dos repelentes indios y la tan simpática<br />
niña, fijó la atención en ellos, y cuál fue la sacudida que dio al reconocer allí<br />
al proponente <strong>del</strong> domingo anterior y ver con él a aquella hermosura, que de<br />
seguro era la que le había ofrecido en venta.<br />
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