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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />
alma limpia, y porque con esta venida, les damos a nuestros padres, quizás, la<br />
única hora de verdadera felicidad…<br />
Tal fue aquella de Matilde, cuando allá en un día tan lejano para ella, en<br />
medio de comodidades y alegrías, llegaron a sus oídos los primeros vagidos de<br />
filomena, como música <strong>del</strong> Cielo.<br />
Qué hora tan corta!<br />
Y aquella, cuando por primera vez oyó de los labios hermosos de su ángel<br />
querido, desprenderse con voz balbuciente el nombre de madre.<br />
Más corta todavía.<br />
Y la otra, cuando su perdida hija, como un lindo botón de rosa a medio<br />
abrir, blanca y sonrosada, sobre rico alfombrado de un lujoso salón, dio los<br />
inciertos primeros pasos con que emprendemos este largo y penoso viaje de<br />
la vida.<br />
Hora relámpago!<br />
sí!<br />
Qué ligeras, qué rápidas fueron estas horas de felicidad para la madre, horas<br />
ligeras en su duración, pero eternas para el recuerdo!<br />
Quién dijera entonces, a tan feliz mujer, que después de aquellas de ventura,<br />
que con tanta velocidad pasaron, le vendrían más tarde unas horas tan tristes,<br />
tan amargas, tan largas...<br />
entretanto que Rosa y Jaime, se desarrollaban y crecían al lado de sus<br />
padres, llenos de salud, formales y estudiosos, Matilde solo atendía a mirarlos<br />
y a velar por ellos, porque, desde el día que perdió a su filomena, redobló<br />
la vigilancia, tornándose tan aprehensiva, que a cada momento soñaba con<br />
indios bravos, monstruos fabulosos, que llegaban a arrebatarle los dos hijos<br />
que le quedaban.<br />
A la hacienda de “san Pablo”, aunque José Antonio iba con alguna frecuencia,<br />
Matilde no lo acompañaba, pues comprendía que no tendría fuerzas para<br />
resistir la vista de aquellos lugares, teatro de su inmerecida desgracia; aunque<br />
bueno es decirlo, que ella se opuso siempre a la venta de esa finca, cuando su<br />
esposo trato hacerlo, y antes por el contrario, suplicó que en nada se variara,<br />
especialmente la casa, que ella quería se conservara en el mismo estado y con el<br />
mismo aspecto que tenía en la tarde fatal, cuando quedó privada para siempre<br />
de su idolatrada hija.<br />
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