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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />
—señor Albertini, le dijo el zambo, aquí tiene a este abuelo que solicita<br />
por ud., y salió.<br />
el hombre que escribía alzó la cabeza un tanto malhumorado y fijando la<br />
vista en el indio, le dijo:<br />
—Qué se le ofrece?<br />
—Me ispensa su mercé... su mercé es el señor Deleitor de la compañía?<br />
—Lo soy. Qué quiere usted?<br />
—Yo que venía, su mercé, onde su mercé, a proponele, que como yo tengo<br />
una muchachita… ya casi mocita, y como su mercé talvez es que necesita, mermi<br />
gracia, una muchachita pa sus… maromerías…y yo soy muy pobre, y… busté si<br />
la viera, su mercé, tan linda que es una clavellina… yo le decía a su mercé, que<br />
yo necesito unos rialitos…y que la… y que yo se la…<br />
—Cómo, dijo furioso el italiano, viene usted a ofrecerme en venta alguna<br />
niña?<br />
—eso es su mercé... eso es lo que yo venía a manifestarle a…<br />
Albertini no le dejó acabar la frase, dando un zapatazo y un grito, y ya se<br />
iba a lanzar sobre el viejo, cuando este siguió hablando así:<br />
—No su mercé, no me ha entendido el señor Deleitor, que la cosa no es que<br />
me compre la muchachita, sino que yo tengo mucha voluntá en que su mercé la<br />
lleve en su compañía, que ella es tan entendida y tan facultosita, que mire... si<br />
busté la viera, es decir se quedaba que ni pesplejo...que no dejajante de ser una<br />
maravilla, lo comprensible en todo y... ya es mocita.<br />
esto último lo acentuó el indio, y como Albertini callaba, pensativo, aquel<br />
cogía alientos y seguía haciendo el panegírico de Andrea.<br />
Por último, el Director cambiando de tono, bien porque así lo sintiera o por<br />
hacerse el probo, le dijo al viejo:<br />
—Pues nó, yo no entro en estos asuntos, que son de suyo muy peligrosos, y<br />
puedo verme metido en algún embrollo. Puede usted retirarse.<br />
—Pero mire, mi amito, qué...<br />
—Nada, es negocio concluído.<br />
el indio salió un tanto contrariado por aquel desengaño, después de ver<br />
sobre la mesa, donde escribía el volatín, un cajón lleno de monedas de oro y<br />
plata, algo así parecido a aquella <strong>del</strong> sueño de la noche…<br />
Cuando esto sucedía, Andrea se encontraba de paseo en “Los Alticos” feliz<br />
en sus inocentes juegos con los niños de Luisa, ignorando que en aquellos momentos<br />
se estaba decidiendo una grave cuestión para su porvenir.<br />
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