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Juan José Botero<br />
Así pues, que, Mateo con el ánimo preve<strong>nido</strong> por aquello que le dijera<br />
Celedonio, se despidió de éste, visitó repetidas veces el estanco de licores, siguiendo<br />
luego el camino de “el Arenal”, dando aquí un topetón, allá un traspié,<br />
y cáigome que me levanto, en un solo balanceo, como buque que anda de babor<br />
a estribor, llegando por la noche bien alumbrado a su casa.<br />
Por supuesto que con los humos <strong>del</strong> anís y la idea fija que llevó de Rionegro,<br />
soñó aquella noche, que era dueño de muchos niño, pero muchos... grandes,<br />
medianos y pequeños, y que un hombre vestido de finas telas, le compraba todo<br />
aquel tren, dándole por cada uno de ellos bastante dinero, tanto, que ya no tenía<br />
donde acomodarlo y se ahogaba cuñado de patacones.<br />
Al amanecer <strong>del</strong> siguiente día, sin mas acá ni más allá, se dirigió a su esposa,<br />
abordando el asunto ligero, ligero, haciéndole saber su resolución, de venderle la<br />
niña al volatinero, aunque Mateo trataba de dorar la píldora, con el cuento de<br />
que era solo a dársela como sirvienta para que la enseñara y al mismo tiempo<br />
les ayudara con el salario que ganaría.<br />
A Romana, justo es decirlo, le cayó aquello muy en frío, lloriqueó y objetó<br />
el proyecto; pero bien fuera por no contradecirle, en esta vez, “al hombre” (como<br />
ella lo llamaba), o porque también le entrara ambición de reales, es lo cierto, que<br />
a poco estaban conve<strong>nido</strong>s, tomando Mateo el camino de Rionegro, a desandar<br />
los inciertos pasos de la víspera; y a pesar de su refinada maldad, no dejaba de<br />
sentir interiormente un algo así como remordimiento. Pero, ¡qué fue aquello,<br />
llegó al estanco, se acomodó entre pecho y espalda una copa de anís y... adiós<br />
nervios!, a buscar los volatineros, y al local de la escuela, donde se daban las<br />
funciones, fue a dar.<br />
en el patio se paró cerca a un poste en actitud atontada, y cuando ya arlequín,<br />
músicos, abanderado y pueblo se retiraron, Mateo se dirigió a un zambo<br />
muy despabilado que en mangas de camisa y de raídas chancletas, paraba unas<br />
tijeras para templar la cuerda, interrogándole, así:<br />
—Dígame, mi señor, busté me da razón <strong>del</strong> señor Deleitor de las maromas?<br />
—Y, para qué lo solicita, abuelo?, contestó el desparpajado mozo.<br />
—Pues... pa una cosa que le conviene al señor Deleitor.<br />
—Aguárdese un tantico.<br />
el engreído comparsa enderezó las tijeras, templó la cuerda, ayudado por el<br />
indio y en acabando llevó a éste a una pieza donde escribía un hombre de buen<br />
porte, regular edad y bien vestido.<br />
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