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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />
—Gran!... gran, gran! graaaaan... fundición... frunció... función para esta<br />
noche, (risas de la gente y muecas <strong>del</strong> payaso).<br />
Ha llegado a esta noble ciudad, la cele… abre... cele… obre… cele... ubre…<br />
célebre compañía de volatineros que dirige el maestro Albertini, con el célebre<br />
payasito de Don Yo. (palmada sobre el pecho, vistazos, gestos, monerías de éste<br />
y risotadas general), la cual se edsibirá… biró... biré… (Contoneos, movimientos<br />
con hombros y caderas <strong>del</strong> payaso, y grandes carcajadas <strong>del</strong> auditorio), en el local<br />
de la escuela… cuela que... cuela... que cuele… que coló...<br />
—“Ah! boquifrío: cerrá esa atarraya, para que no se te entren las mos…<br />
cas… cas… carascas… cas,” decía el invitador, dejando la lectura y dirigiéndose<br />
a un muchacho que, hecho un bolonio, le miraba pasmado y boquiabierto, sin<br />
perderle una coma.<br />
Aquí fueron tales y tan estrepitosas las risas de los oyentes, que con ellas<br />
no dejaron oír más y apenas se veía al payaso que aturrullado por la bulla y<br />
rodeado por un mar de gente, trataba de abrirse paso, después de terminar con<br />
un cuento de que: a las viejas dizque les cobraría cuatro reales por la entrada<br />
y a las muchachas bonitas, si querían al payasito, les cobraría sólo dos pesetas.<br />
siendo la gracia apenas oída, pero muy celebrada.<br />
en uno de estos sábados y a la hora de la payasada que describimos, conversaba<br />
en la plaza, por el lado donde vendían los sombreros de palmera, el<br />
indio Mateo con su compadre Celedonio Quirama, de lo que ocurría, cuales<br />
fueron los ojazos de aquel, cuando su compañero, después de explicarle lo que<br />
eran maromas, le dijo:<br />
—Y qué dice, compadre, de estas gentes que dirigen esas maromerías, cristianos<br />
sin hilache conciencia; cristianos, sí!... pues ya sabe que esos angelitos que<br />
andan con ellos, no son hijos, son comprados a las gentes desalmadas.<br />
—Que compran? exclamó Mateo.<br />
—Como loye, compadre.<br />
Aquí interrumpió el indio Celedonio para vender un sombrero. Pero como<br />
a Mateo, preocupado con la noticia, le hubiera entrado curiosidad, tan pronto<br />
como se desocupó Celedonio, tornó a tocar la cuestión volatineros y compra, por<br />
éstos, de niños, oyendo lo suficiente para quedar enterado de que, al Director<br />
de aquella Compañía se le podía vender un muchacho o muchacha, que pagaría<br />
muy bien, llevándoselo muy lejos... muy lejos…<br />
Con menos consideraciones hizo erostrato en Grecia aquel gran daño.<br />
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