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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />
banda de música, con tonada especial para aquella fiesta, agregando los cohetes<br />
en los pasacalles, circunstancia que le daba carácter suigéneris a aquella función.<br />
Más aun, el olor a incienso y a las empanadas que se freían en los toldos inmediatos<br />
y que en conjunto sabe todo esto a glorías pasadas, a madre perdida<br />
ya para siempre, y que con tantos cuidados nos llevaba a la fiesta, y a hermanos<br />
y amigos que asistían al lado nuestro a gozar, a vivir… a vivir sin afanes y sin<br />
penas, porque aquel de la niñez, al lado de esos seres queridos, es el mejor tiempo<br />
que se vive, lo demás… también es vida, pero ya sin la inocencia, sin el candor<br />
de la primera edad, que todo nos lo hace ver color de rosa.<br />
¡Pobre Andrea!, que no conoció esto, que no supo que es vivir la primera<br />
parte de la vida al lado de sus padres y hermanos.<br />
La salve terminó y después de los juegos de pólvora, ya con el aguacero encima<br />
y la noche como toro arará, la mayor parte de los fiesteros emprendió viaje<br />
para Rionegro, de candil en mano: los hombres remangados hasta la rodilla y<br />
las mujeres alzadas hasta la ídem. Y ya por aquí un tiple averiado; una guitarra<br />
más allá en astillas; un resbalón de algún fiestero y pataplún!, de hocicos contra<br />
el santo suelo; la metida en un hondo charco, muy de botines y señores de<br />
todo nuestro aprecio; una apagada de vela o de farol y el consiguiente topetón<br />
contra un barranco, con el acompañamiento de pellizcos y apretones de manos<br />
clandestinos... Todas estas peripecias o pequeñas contingencias, que sirven de<br />
diversión y sazonan la vuelta de los nocturnos paseantes, dando crónica para el<br />
día siguiente al tornar de nuevo a la romería.<br />
Y Andrea, a todas estas, ¿ en dónde se hallaba?<br />
Vamos otra vez con ella.<br />
Con los indios estuvo en el templo y de allí salio magullada a visitar los<br />
toldos o ventas, en donde los indios se hartaron de comestibles y de aguardiente,<br />
dándole a ella poca parte de esto.<br />
en uno de los ventorrillos se reunieron a la familia Quirama, que ya conocemos,<br />
y después de echar una copa en compañía los compadres, en parrandón<br />
salieron a las afueras <strong>del</strong> pueblo, a donde Juan Colorado y Asunción Quinchía<br />
a pasar allí la noche. Y como Andrea se iba mostrando crecida, el indio isidoro,<br />
hijo de Celedonio Quirama, le dedicaba ciertas preferencias que daban a conocer<br />
su inclinación amorosa.<br />
Por entonces, no tan mal, pues las preferencias <strong>del</strong> indio de algo le servían,<br />
pues como vimos en el viaje a las riberas <strong>del</strong> Cauca y la noche en san Antonio,<br />
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