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Lejos del nido

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Juan José Botero<br />

la lluvia, pues que hasta el sol entraba por los horados y se paseaba libremente<br />

en el interior.<br />

en aquel bohío vivían en buena paz de Dios: ratas, lagartijas y alacranes,<br />

amén de algunas culebritas, largas de talle y de buen calibre, colonia que fue<br />

desocupando a la llegada de los intrusos indios, cuando éstos en mitad <strong>del</strong> caney<br />

pusieron fuego al haz de leña, con el cual formaron el fogón, como cimiento<br />

de tan heterogéneo hogar; insignia y señal de haber tomado posesión de tan<br />

destartalada habitación.<br />

Al día siguiente, después que le hicieron algunas reparaciones al caney y<br />

montaron la piedra de moler en burros de madera, dieron principio al trabajo,<br />

y esto fue para ya que plantaron un tabacal y en regla, por que los compadres<br />

eran los experimentados para tales oficios.<br />

La permanencia de estas gentes en “Los Limones”, fue larga y durante este<br />

tiempo, Andrea creía derretirse con el calor. Afortunadamente los oficios no<br />

le tocaban tan fuertes como en “el Arenal’, porque los indiecitos Quiramas,<br />

particularmente isidoro, le habían tomado cariño y aún respeto, y a todo trance<br />

querían que “La Niña”, como le llamaban, no se maltratara tanto.<br />

Más a pesar de estas preferencias y descargos, Andrea sufría horriblemente<br />

por la incomodidad para vivir, pues pasaba las noches sobre el duro suelo, con<br />

tal miedo a las culebras que no se atrevía a retirarse cuatro pasos <strong>del</strong> caney;<br />

extendiéndose este pavor a los tigres, osos, mohanes, patasolas y aparecidos<br />

de que hablaban los indios por la noche, en los cuentos con que animaban las<br />

veladas, rodeando el fogón, al amor de la lumbre.<br />

Cuando las plantas de tabaco mostraron las hojas en sazón para ser cogidas,<br />

aquí si fue lo terrible para Andrea: febricitante, débil y nerviosa pasaba<br />

las noches en desvelo y luego en el día, con el ardor de la fiebre y la trasnochada,<br />

tenía que aguantar la entrada y salida de los cosecheros, conduciendo<br />

<strong>del</strong> tabacal al caney, los tercios de hojas que iban desgajando a manos, con<br />

los cuales hacían grandes montones, puestos muy cerca de los que sentados<br />

dentro <strong>del</strong> bohío, ensartaban dichas hojas por la vena, con una larga aguja de<br />

macana en forma de espátula, haciendo con ellas en largos hilo de cabuya,<br />

unas gargantillas inmensas que colgaban dentro y de un extremo al otro <strong>del</strong><br />

caney comenzando a extenderlas por la parte superior, cerca al caballete, hasta<br />

llenarle, con el fin de secar la hoja, y luego desliarla en matules abultados, a<br />

efecto de prepararla así pare su aliño.<br />

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