Lejos del nido
Lejos del nido Lejos del nido
* Lejos del nido La niña de “san Pablo”, hacia mucho tiempo que no recibía una caricia, sucediendo que al sentir aquellas, un recuerdo confuso de afectos muy lejanos, vino a golpear en el pequeño asilo de su enervada memoria. Qué grato fue para ella aquél encuentro, pues no se daba cuenta de que en el mundo hubiera más gente que sus dos verdugos, o al menos personas que no fueran como ellos, tan crueles. en el momento de ser acariciada, sentía algo como emanaciones de otra vida que conociera antes, y entre confusión y brumas veía allá, muy lejos, una casa de campo, unos niños que jugaban bajo copados árboles y una bella mujer que desde el corredor de aquella casa le llamaba con voz dulce y cariñosa. Mas, los recuerdos eran tan vagos que pronto se borraron, cayendo de nuevo en esa especie de indiferencia a que nos conduce el aislamiento de todo delicado afecto. sin embargo, aquella entrevista hizo nacer en Andrea la simpatía y el reconocimiento, que fueron eternos, y en Luisa el amor por Andrea, que tan duradero fue. VIII Luisa tornó a “Los Alticos”, preocupada con la idea de que en lo visto por ella en “el Arenal”, había un enigma que en vano trataba de descifrar. Muy a las claras se notaba, al mirar la niña, que aquella florecita había sido desprendida de planta más delicada. Porque, se decía, ¿de dónde proviene la sorpresa de mis compadres y el trabajo para explicar su procedencia? Y, si hacía algún tiempo que estaba con ellos, ¿por qué nada se sabía de tal nieta? Qué motivo les movía a ocultarla siempre que, como ellos decían, era la hija de Candelaria? Luisa discurría, pensaba, cavilaba, pero nada sacaba en limpio. ¿Con quién se informaba? Volvió pues, como dijimos, preocupada a la casa, porque su buen corazón le decía que muy cerca había un sufrimiento que quizás ella no podría aliviar. * 38
* Juan José Botero Al llegar, encontró a su madre en la cocina cerca al fogón, arreglando con una mano los tizones y empuñando con la otra el huso con el cual hilaba unos copos de algodón tan blancos como nieve. Ña Tomasa notó lo contrariada de Luisa y quitándose de la boca el cigarro, que lo tenía con el fuego por dentro, exclamó mirándola: —Qué es hija, ¿porqué venís tan carimaluca?, como no sea que en casa del Blandón te haigan entongao con yerbas. —No, madrecita, nada me ha sucedido. —Nada, si, jujuy!, ¡quién sabe!, esas gentes son muy cizañosas…quién no las conoce! —Yo no sé, madre; pero lo que acabo de ver donde mis compadres me tiene atribulada. —No te digo que esos… —figúrese su mercé, que tienen en la casa una niñita preciosa, pero tan mal tratada que aquello parte el alma, con decirle que me ha hecho llorar el verla así. —Y, ¿como no habíamos sabido de la muchacha? —esto es precisamente lo que me confunde. —Bueno, y quién es ella, pues? —Qué sé yo, señora, dicen que es su nieta, hija de Candelaria, la muchacha aquella que se les fue hace tiempo; pero la niña no es india, madre, de india no tiene pizca, es blanca y muy blanca. —Hija, no te machaques los entendimientos, a una qué le va ni qué le viene; en dispués que te inredés en un güen merengenal, son los ayes... Mejor es callar, que no diga la boca lo que pague la coca. —Pues verdad madre. es que yo tomo tan a pechos las cosas ajenas, como si no tuviera penas propias qué llorar. Ya ve ud., señora, va haciendo dos años que murió José y casi no he tenido tiempo para lamentarlo… se vuelve uno indolente con tantas carreras en que vive… ¡Ay! Dios mío!, tan bueno que era! Y Luisa soltó a llorar. —sí, sí, dijo ña Tomasa, mucho tenés que llorarlo, porque otro marido como el dijunto mi compadre ni pintao se topa. Madre e hija callaron y siguió un rato de silencio, interrumpido únicamente por los sollozos de Luisa, el hervor de la mazamorra y el golpe del mecedor * 39
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Juan José Botero<br />
Al llegar, encontró a su madre en la cocina cerca al fogón, arreglando con<br />
una mano los tizones y empuñando con la otra el huso con el cual hilaba unos<br />
copos de algodón tan blancos como nieve.<br />
Ña Tomasa notó lo contrariada de Luisa y quitándose de la boca el cigarro,<br />
que lo tenía con el fuego por dentro, exclamó mirándola:<br />
—Qué es hija, ¿porqué venís tan carimaluca?, como no sea que en casa <strong>del</strong><br />
Blandón te haigan entongao con yerbas.<br />
—No, madrecita, nada me ha sucedido.<br />
—Nada, si, jujuy!, ¡quién sabe!, esas gentes son muy cizañosas…quién no<br />
las conoce!<br />
—Yo no sé, madre; pero lo que acabo de ver donde mis compadres me tiene<br />
atribulada.<br />
—No te digo que esos…<br />
—figúrese su mercé, que tienen en la casa una niñita preciosa, pero tan<br />
mal tratada que aquello parte el alma, con decirle que me ha hecho llorar el<br />
verla así.<br />
—Y, ¿como no habíamos sabido de la muchacha?<br />
—esto es precisamente lo que me confunde.<br />
—Bueno, y quién es ella, pues?<br />
—Qué sé yo, señora, dicen que es su nieta, hija de Can<strong>del</strong>aria, la muchacha<br />
aquella que se les fue hace tiempo; pero la niña no es india, madre, de india no<br />
tiene pizca, es blanca y muy blanca.<br />
—Hija, no te machaques los entendimientos, a una qué le va ni qué le viene;<br />
en dispués que te inredés en un güen merengenal, son los ayes... Mejor es callar,<br />
que no diga la boca lo que pague la coca.<br />
—Pues verdad madre. es que yo tomo tan a pechos las cosas ajenas, como<br />
si no tuviera penas propias qué llorar. Ya ve ud., señora, va haciendo dos años<br />
que murió José y casi no he te<strong>nido</strong> tiempo para lamentarlo… se vuelve uno<br />
indolente con tantas carreras en que vive… ¡Ay! Dios mío!, tan bueno que era!<br />
Y Luisa soltó a llorar.<br />
—sí, sí, dijo ña Tomasa, mucho tenés que llorarlo, porque otro marido como<br />
el dijunto mi compadre ni pintao se topa.<br />
Madre e hija callaron y siguió un rato de silencio, interrumpido únicamente<br />
por los sollozos de Luisa, el hervor de la mazamorra y el golpe <strong>del</strong> mecedor<br />
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