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Lejos del nido

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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />

Aquellos felices esposos de mejores días, apenas si se daban cuenta de que<br />

la niña había desaparecido, y… nada más.<br />

Conjeturas, juicios, suposiciones… y era todo.<br />

—Qué cruel es esta incertidumbre!, decía Matilde a sus amigas, ¡qué martirio,<br />

Dios mío!; perdido aquel mi ángel tan bello y tan inocente!<br />

—Pero, Matilde, le repetían, resígnese, trate de reponerse al dolor; ud. se<br />

acaba, ud. se consume.<br />

—¡Ay!, sí, mucho he puesto de mi parte, pero veo que es imposible consolarme<br />

y cada día aumenta mi dolor...Pensar en que filomena vive lejos de<br />

nosotros, sometida de seguro a una vida de indigencia y de esclavitud… ¡eso<br />

es horrible! Ver al Jaime y a Rosa que van creciendo al par de su hermanita…<br />

Pero cuánta distancia media entre ellos: aquí comodidades, el abrigo, los<br />

cuidados, y allá… allá…quién sabe dónde!... allá donde está la hijita de mi<br />

corazón, quizá la miseria, el abandono, el trato duro y cruel. ¡Ay!, sólo la que<br />

es madre puede medir esta congoja, este dolor que siento clavado en lo más<br />

hondo de mi alma...!<br />

Y Matilde daba rienda suelta al llanto.<br />

Ahora, cómo sería aquello cuando se le acercaba Jaime con su eterna<br />

pregunta:<br />

—Mamá, ¿cuando vuelve filomena?<br />

—esto si que avivaba más y más los pensares en su hija, considerándola<br />

cada día más lejos, sin una caricia, haraposa y con hambre.<br />

el corazón de una madre no se engaña, hay una relación secreta entre ella y<br />

sus hijos, un como fluido magnético, misterioso y <strong>del</strong>icado, que le hace entrever<br />

lo que materialmente se oculta a la mirada.<br />

Y Andrea, entre tanto, crecía y crecía y pasaban para ella años y años sin<br />

que en nada variara su miserable situación.<br />

el trabajo se lo duplicaban a medida que se desarrollaba; el vestido siempre<br />

de igual manera y los alimentos ordinarios, escasos y a deshoras.<br />

en los primeros días de la llegada a “el Arenal”, los guardadores de la niña<br />

tuvieron el mayor cuidado de que nadie la viera, temerosos de un denuncio y<br />

este tiempo la acostumbraron a callar por todo y a darles el nombre de padrino<br />

a Mateo, y de madrina a Romana.<br />

De ahí que aquélla creciera ignorada <strong>del</strong> mundo, al lado de tales erizos, como<br />

crece la <strong>del</strong>icada violeta entre la basura de un inmundo muladar.<br />

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