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Lejos del nido

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Juan José Botero<br />

en tanto que otros sucesos desgraciados, que parecen superiores a nuestras<br />

fuerzas físicas y morales, pasan por nosotros dejando es cierto, hondas huellas<br />

<strong>del</strong> daño sufrido, pero sin dar en tierra con la vida.<br />

Tal así pasó a filomena y a sus padres.<br />

Porque, conociendo el dolor de éstos, al pensar que ya no verían más a<br />

la hija y que la vida que ésta llevaría sería de miserias y de perdición, ¿podría<br />

creerse que tan afectuosos padres resistieran esta terrible prueba, sin perder la<br />

vida o acaso la razón?<br />

Y, viendo la <strong>del</strong>icadeza de la niña; cómo fue mecida su cuna; la suavidad,<br />

dulzura de tratos y miramientos que antes la rodeaban, y luégo aquel cambió<br />

tan brusco por una vida de privaciones, de maltratos, de carencia de afectos,<br />

de ausencia de todo bien... ¿podría figurarse alguna que aquella tierna criatura,<br />

así, soportara la vida?<br />

Y sin embargo: pasando días y días, después de tanto dolor, ellos vivían.<br />

La niña en la abyección y la miseria.<br />

Los padres soportando una inmensa tristeza.<br />

Dijimos que a la vuelta <strong>del</strong> Cauca Antonio tornó con la familia al pueblo,<br />

abandonando “san Pablo”, en donde tantos recuerdos dolorosos dejaban. Allá<br />

por lo menos, Matilde, que como madre era la más atribulada, tenía el consuelo<br />

de vivir rodeada de los demás miembros de familia y de amigas que con tanta<br />

solicitud y atenciones, trataban de mitigarle aquella honda de pena; de estar<br />

cerca al templo <strong>del</strong> Dios de las misericordias, en donde se le veía de<br />

continuo implorando <strong>del</strong> Cielo la vuelta de su hija, ejerciendo con los niños<br />

huérfanos la santa caridad cristiana pensando siempre en el desamparo en que<br />

la suya pudiera hallarse.<br />

Qué dulces son los consuelos que da nuestra santa Religión a quien, como<br />

Matilde, es fervoroso creyente y sabe ejercer la sagrada virtud de amar a Dios<br />

sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, dando con mano generosa<br />

al necesitado: después de su desgracia, no hubo llanto que no enjugara ni dolor<br />

que no quisiera aliviar…<br />

Y Antonio, ¿qué había sido de él?...<br />

siempre la misma tortura, siempre la memoria de filomena amargándole<br />

la vida. sin ahorrar pesquisas, indagaciones ni diligencia alguna que pudiera<br />

conducirle a descubrir el paradero de la hija.<br />

¡Pobres padres!<br />

*<br />

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