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Lejos del nido

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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />

una vez de vuelta ya instalados de nuevo en la miserable choza que les<br />

servia de habitación, el primer cuidado fue, el de ponerle nombre a la niña, en<br />

cuyos oídos, a partir de aquella época, no volvió a sonar el dulce y simpático de<br />

filomena, pronunciado con cariño por labios de padres y hermanos, sino el de<br />

Andrea proferido bestialmente por los de aquellos infernales indios.<br />

La ligera túnica que traía puesta le fue quitada, yendo a confundirse con<br />

los harapos de la india en el fondo de un baúl, poniéndole en cambio el vestido<br />

que usaban las mujeres de Antioquia.<br />

Y, ¡qué curioso era por cierto, el contraste que hacía aquel rostro de ángel,<br />

con tan tosca vestidura!<br />

Los indios para acallar habladurías y disculpar la presencia de la niña en la<br />

casa, decían a los vecinos:<br />

“Pues sí, que dende tiempos de agora días, se jué a vivir por los minerales<br />

de Marmato Can<strong>del</strong>aria, la hija de nosotros, que por allá se casó con un inglés<br />

gu francés de Bogotá y el hombre la abandonó, dejándola en la irnopia y<br />

con una muchachita que ni qué, la mesmita <strong>del</strong> taita; que le sacó el zarco y el<br />

monito puro. Y Can<strong>del</strong>adrita entonces murió y antes de morir, la dijuntica nos<br />

escribió que juéramos por la muchachita, por la ahijaita; que nosotros por la<br />

recomienda allá a una gente, la sacamos de pila, mandando pal caso un papel.<br />

Y ya por esta punta y por la otra punta de Can<strong>del</strong>adrita, debíamos recogerla y<br />

juimos y la trujimos…”<br />

Aunque no era <strong>del</strong> toda satisfactoria aquella explicación, a falta de otra mejor<br />

y de que nada se decía en contrario, hubo conformidad, y Andrea, o mejor dicho,<br />

filomena, pasó de allí en a<strong>del</strong>ante por nieta de Romana Grisales y de Mateo<br />

Blandón, de quienes es tiempo ya de que nos ocupemos.<br />

Contaba Mateo Blandón largos años, si bien es cierto que no lo demostraba;<br />

de baja estatura, rechoncho, sin pelo de barba como indio de pura<br />

sangre, sus ojos pequeños y torcidos, con vetas coloradas como los de algún<br />

venenoso reptil; color cobrizo, estevado y de andar incierto; vestía regularmente<br />

camisa de lienzo, pantalón de burda manta, capisayo corto y sombrero<br />

de hoja de palmera.<br />

Tapadísimo era Mateo hasta decir, ¡upa!, especialmente para expresarse;<br />

pero marrullero como él solo… entre los de su clase era te<strong>nido</strong> por médico<br />

(yerbatero). Leía a medias en un libraco manuscrito que tenía, titulado “Artí-<br />

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