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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />
soltó la rienda y se dobló para ir al suelo, como al soplo <strong>del</strong> viento altivo roble,<br />
él recibió en los brazos aquella amorosa carga, que en vilo fue llevada hasta la<br />
casa, donde Matilde, presa de la misma emoción, era sostenida en brazos de<br />
sus amigas que le rodeaban…<br />
Ambas fueron conducidas a la sala y allí, a poco y casi al mismo tiempo,<br />
volvieron en sí, para darse el abrazo más tierno, más conmovedor y <strong>del</strong>icado<br />
que darse pueda; pero eso sí, sin hablar palabra, lívidas, enajenadas, mudas,<br />
quedando por largo rato la casa en tal silencio, que aturdía con su acompasado<br />
golpe el tic-tac de un pequeño reloj de mesa, al cual sólo le acompañaba algún<br />
mal comprimido sollozo...<br />
Cuando ya madre e hija pudieron hablar, se dijeron tántas cosas, tan dulces,<br />
tan tiernas y tan cariñosas, que… pálida sería nuestra expresión al querer<br />
repetirlas.<br />
Para mostrar, sí, todo lo que allí se dijeron aquellos dos séres, que después<br />
de tantos años de ausencia, de tántas y tan crueles peripecias, mudanzas, alteraciones<br />
y riesgos, se encontraban, el día de la felicidad, en el mismo punto de<br />
donde partió la desgracia...<br />
Viéndose filomena, repuesta de aquella agitación de ánimo y pudiendo<br />
coordinar mejor sus ideas, le dijo a su madre:<br />
—Y, ¿Mamá linda?, como llamaba a la Virgen María, de niña; y,<br />
¿mi camita?...<br />
—estan en su mismo puesto hija mía, contestó Matilde, donde las dejaste,<br />
mi vida.<br />
—Vamos, vamos, ¡madre!, dijo filomena, ya voy recordando dónde nos<br />
enseñaba usted, ¡madre mía!, a pronunciar el dulce nombre de María, y dónde<br />
me arrullaba con sus cantares. Todo me está volviendo a la memoria, como si<br />
despertara de un sueño. Así es que, si por acaso se dudara de que yo fuera su<br />
filomena perdida, lo probaría con lo que expongo, y con esto, dijo, dando a<br />
su madre la histórica pequeña bata <strong>del</strong> baúl de Romana, prenda que Matilde<br />
reconoció y besó y empapó con lágrimas.<br />
—Ahora, siguió filomena, mire usted mamacita, mire usted, (señalando)<br />
esta es la puerta por donde se entraba a nuestro dormitorio... venga… vengan<br />
todos...<br />
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