Lejos del nido
Lejos del nido Lejos del nido
* Lejos del nido sombrío, por cierto, era el aspecto de aquellos lugares, en donde se sentía un frío glacial, viéndose acá y allá las flores amarillas de ruda con su penetrante olor, y oyéndose una ligera brisa que azotaba con rumor melancólico, algunas canastillas de “ramo bendito” prendidas en el alero de la casa, balanceándose como cadáveres disecados, asidos todavía del lazo que les sirviera para ser ahorcados... De pronto, filomena, agitando su airoso cuerpo, se dirigió a la parte posterior de la casa, trayendo de por allá un tiesto de barro en donde se veía un rosalito anémico, casi seco, al cual besaba y regaba con lágrimas, tratando con esto de volverle a la vida a aquel su compañero en los aciagos días de su orfandad. Antonio, conmovido al ver aquellos sitios tan miserables, dio rienda suelta al llanto, figurando allí a su hija tan pequeña, tan delicada, tan inocente... con su carita a todo sol y sus pies desnudos, y... ese tosco vestido, así,... así,… tan ajeno a llevarlo aquel botón de azucena, que tan lindo y risueño asomaba, unas veces, y otras, lloroso, por ahí, por entre esos matorrales, llegando con un enorme peso sobre la cabecita! ángel bendito, que no hizo por qué se le castigara tan cruelmente! Y allí, del otro lado, también creía ver arrebujados, huraños y grasientos, a unos... pecadores, de almas dañadas, a unos infelices que hicieron, sin saber quizá, sin conciencia de saberlo, por su ignorancia, tanto mal. Antonio, satisfecho por haber lastimado así el alma, al fin cayó de rodillas, exclamando: —Ahora, sí, estoy conforme; me siento aliviado con la visita a estos lugares, donde he venido a conocer el potro de tormento de mi desgraciada hija. ¡Gracias, ¡oh! Padre de las Misericordias por tantos beñeficios que me dispensáis! Por haber hallado a mi hija, y luégo, llegar a estos sitios para acompañarla, siquiera sea con el pensamiento, en aquella larga y ennegrecida noche de su vida... Y como los demás de la comitiva se habian arrodillado, a ejemplo de Antonio, a ellos se dirigió éste, diciéndoles: —Por Matilde y por mí. Yo les suplico, en nombre de María, por los dolores que ella sufrió, presenciando el martirio de su hijo, que así, de rodillas y de todo corazón, imploremos el perdón de los que atormentaron a mi hija, de los dos pecadores que hoy se encuentran fuera del alcance de la justicia * 248
* Juan José Botero humana, y elevemos una oración a ese Dios bendito, por la paz y el descanso de los que tanto mal nos hicieron... ¡Qué sublime es la caridad cristiana! ¡Qué dulces son los consuelos que esta poderosa virtud lleva a las almas que verdaderamente creen y esperan!... y lo que es más, ¡que perdonan! Y continuaron la marcha los viajeros felizmente. Y a medida que se acercaban a “san Pablo”, crecía más y más en filomena el ansia de estrechar entre sus brazos a su madre y hermanos, sintiendo a la vez algo especial de miedo y desasosiego, mezclado con alegría e impaciencia; una especie de calofrío en el alma. Pero no porque esto hiciera perder en algo la presencia de ánimo de ésta, ni amenguar en lo mínimo el júbilo que les acompañaba: Al padre, porque volvía al hogar con la hija perdida; A la hija por haber hallado a su familia; A Luisa por la satisfacción de haber hecho tanto bien, y A Luciano por acompañar a su prometida… Y avanzando, avanzando, de pronto recibieron noticia de que dos jóvenes se aproximaban. Y llegaron éstos. Y echando pie a tierra, entre sollozos y lágrimas, filomena fué recibida en brazos de sus hermanos, conmovidos los tres permaneciendo en silencio por largo rato; primero, por lo emocionados, y luégo, asombrados y en recíproca admiración, pues al volver de aquella turbación de ánimo, filomena no podía persuadirse que aquellos fueran sus hermanos, los traviesos chiquitines que dejara en “san Pablo”, en la lejana tarde de su niñez, y mucho menos Rosa y Jaime, de que aquella hermosa y gentil señora, fuera la niña perdida, la hermana que un día de juegos infantiles, en limpio llano y bajo hermoso arbolado, pequeña, débil y a medio abrigo, desapareciera para ser llevada al abandono, a la miseria… Nó, nó; ni ellos creían en lo que estaban viendo ni lo podían creer aquellas personas que llegaban a darle la bienvenida, a la que tantas lágrimas costara. Aquello fue de quedarse todo mundo pasmado, cuando en lugar de ver llegar, como lo imaginaban, una niña enclenque, desaliñada y vergonzosa, se encuentran con una culta señorita, llena de gracia, y gentil; un primor de amazona que manejaba con tal destreza su brioso “Canario”. * 249
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Juan José Botero<br />
humana, y elevemos una oración a ese Dios bendito, por la paz y el descanso<br />
de los que tanto mal nos hicieron...<br />
¡Qué sublime es la caridad cristiana!<br />
¡Qué dulces son los consuelos que esta poderosa virtud lleva a las almas que<br />
verdaderamente creen y esperan!... y lo que es más, ¡que perdonan!<br />
Y continuaron la marcha los viajeros felizmente.<br />
Y a medida que se acercaban a “san Pablo”, crecía más y más en filomena<br />
el ansia de estrechar entre sus brazos a su madre y hermanos, sintiendo a la vez<br />
algo especial de miedo y desasosiego, mezclado con alegría e impaciencia; una<br />
especie de calofrío en el alma.<br />
Pero no porque esto hiciera perder en algo la presencia de ánimo de ésta,<br />
ni amenguar en lo mínimo el júbilo que les acompañaba:<br />
Al padre, porque volvía al hogar con la hija perdida;<br />
A la hija por haber hallado a su familia;<br />
A Luisa por la satisfacción de haber hecho tanto bien, y<br />
A Luciano por acompañar a su prometida…<br />
Y avanzando, avanzando, de pronto recibieron noticia de que dos jóvenes<br />
se aproximaban.<br />
Y llegaron éstos.<br />
Y echando pie a tierra, entre sollozos y lágrimas, filomena fué recibida<br />
en brazos de sus hermanos, conmovidos los tres permaneciendo en silencio<br />
por largo rato; primero, por lo emocionados, y luégo, asombrados y en recíproca<br />
admiración, pues al volver de aquella turbación de ánimo, filomena no<br />
podía persuadirse que aquellos fueran sus hermanos, los traviesos chiquitines<br />
que dejara en “san Pablo”, en la lejana tarde de su niñez, y mucho menos<br />
Rosa y Jaime, de que aquella hermosa y gentil señora, fuera la niña perdida,<br />
la hermana que un día de juegos infantiles, en limpio llano y bajo hermoso<br />
arbolado, pequeña, débil y a medio abrigo, desapareciera para ser llevada al<br />
abandono, a la miseria…<br />
Nó, nó; ni ellos creían en lo que estaban viendo ni lo podían creer aquellas<br />
personas que llegaban a darle la bienvenida, a la que tantas lágrimas costara.<br />
Aquello fue de quedarse todo mundo pasmado, cuando en lugar de ver<br />
llegar, como lo imaginaban, una niña enclenque, desaliñada y vergonzosa, se<br />
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