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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />
Por lo pronto y a exigencias de filomena, fué enviado Cipriano en volandas<br />
a “Guacimal”, a llamar a Luciano.<br />
—Pero, cómo le digo, preguntaba el muchacho, ¿por qué no me dan<br />
boleta?...<br />
—¡Qué boleta!, corra, vuele, mi hijo y así como pueda le llama.<br />
Y cual fué el susto que se dió Luciano, que recostado en la hamaca leía,<br />
cuando el veloz mensajero sudoroso, con la cara como un tomate y acezando<br />
llegó y le dijo:<br />
—Don... Don Lucia... Don Luciano... que Andre… que Andrea... que…<br />
que vaya… que corra... que vuele… pero que es yá...<br />
—¿Qué sucede?, preguntó Luciano sorprendido y saltando de la hamaca.<br />
—Pues que... que... que vino un señor… un blanco... y allá… allá…. allá está<br />
abrazado con Andrea… y, él, él, él, la quiere mucho, y.... ella también...<br />
—¡Cómo!, ¿qué es la cosa?, dijo Luciano más sorprendido y encolerizado,<br />
¿quién está abrazando a Andrea?, y ¿ella lo permite?<br />
—ella, ella sí.... si, ella también lo abraza y se ríe con él... y... me parece que<br />
es salomé, o... salomena, ella…<br />
—Pero... ¡Diablo de muchacho! Yo no entiendo, ¿quién es pues ese hombre?...<br />
y... Andrea por qué me llama?, dijo Luciano, sacando de un armario un<br />
arma y atándola a la cintura.<br />
—Pues... ese hombre... ese blanco es... es el papáaaa... el papá de ella, señor,<br />
que ya vino a llévársela para donde la mamá, y... no es Andrea, mi verdá.... como<br />
le dije, es así como salomena...<br />
A Luciano le volvió el alma al cuerpo y llevando el arma a su puesto,<br />
salió, hizo ensillar a las volandas un caballo y enseguida y a todo correr se<br />
puso en marcha para “Los Alticos”, dejando alarmada la casa de “Guacimal”<br />
con la noticia.<br />
Al llegar, filomena se a<strong>del</strong>antó dándole cuenta de lo ocurrido, en pocas<br />
palabras, y éstas muy enredadas, porque el júbilo no le dejaba hilar bien su razonamiento.<br />
Luégo tomándole ella de la mano y llamando a Luisa a quien asió de<br />
modo igual, entró al aposento, radiante de belleza y de felicidad y dirigiéndose<br />
a José Antonio le dijo:<br />
—Padre: tengo el inmenso placer de presentar a usted, a las dos personas<br />
que, generosamente, han salvado la honra y quizás la vida de su perdida hija:<br />
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