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Juan José Botero<br />
Así iba soliloquiando, cabizbajo y abstraído, entregado a la consideración de<br />
lo que llevaba en el pensamiento, siguiendo calle abajo y en la misma dirección<br />
<strong>del</strong> grupo.<br />
Y cavilando sobre el modo de iniciarse en tan arduo trabajo, de pronto recordó<br />
viejas relaciones con el respetable sacerdote Doctor José Vicente Cálad,<br />
cura entonces de aquella Parroquia, y enderezando en seguida los pasos a la<br />
casa cural, a ella entró.<br />
Después de un cordial saludo y de un atento recibimiento por parte <strong>del</strong><br />
Presbítero, Antonio, pronto se fué al caso:<br />
—Doctor y amigo, le dijo: Ando en un asunto <strong>del</strong>icadísimo. Cosas de familia.<br />
Yo, trayendo en mi auxilio nuestras viejas relaciones y contando con la bondad<br />
de usted, he resuelto consultárselo, para que se digne ayudarme con sus consejos<br />
que me serán muy útiles.<br />
—estoy a sus órdenes, contestó el noble sacerdote.<br />
Antonio, a grandes rasgos le contó lo de la pérdida de la niña y luégo el<br />
primer encuentro con la desconocida y aquello que a sus hijos y a él les había<br />
sucedido, cuando tal encuentro, y por último lo que le acababa de pasar y le<br />
dijera la marisabidilla mulata, concluyendo así:<br />
—Doctor: a mi me da pena el venir aquí a molestar su atención; pero siendo<br />
la misión de usted el prestar a los necesitados su brazo y aliviar las dolencias de<br />
la humanidad, me llego a usted para que, con toda reserva y no herir susceptibilidades,<br />
quedando entre nosotros esto, por ahora, se digne decirme si usted<br />
sabe quién es la niña desconocida que tanto me interesa, o averiguarlo para ver<br />
si al fin descubro… señor, usted comprende muy bien el afán de un padre y<br />
puede apreciar mi situación.<br />
—No tenga usted cuidado, contestó el Párroco, para mí no es esto trabajo,<br />
tengo gusto en servirle, y ojalá le sea útil.... en cuanto a la reserva… soy sacerdote<br />
de Cristo...<br />
—¿Conoce usted la niña, Doctor?<br />
—Pues... le replicó el Ministro, llevándose el índice a la sien, como para<br />
atar recuerdos... sí...sí... ya caigo en cuenta de una cosa que quizás le sea a usted<br />
favorable.<br />
—¡favorable?, Doctor!<br />
—No hay que atropellarnos, vamos despacio. Yo he dado clase de religión<br />
en esa escuela y por cierto que es privada la enseñanza. sé cuál es la niña de<br />
quien usted me habla. ella es <strong>del</strong> campo...<br />
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