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Juan José Botero<br />
en el camino se convino en no darle cuenta a Matilde de lo sucedido, mas<br />
ésta viendo que no llegaban <strong>del</strong> todo complacidos, como ella lo aguardaba, con<br />
la penetración de tierna madre y de amante esposa, comprendió que algo grave<br />
preocupaba a los recién llegados y se dió en averiguarlo.<br />
Al principio pudieron tergiversar la cosa, valiéndose de razones muy ajenas<br />
al asunto; pero al andar los días, visto que la enajenación de su esposo y de sus<br />
hijos seguía, Matilde insistió en saber la causa y como aquéllos no pudieran<br />
disimular más, una noche, después de refrescar, como se quedaran a la mesa en<br />
íntima conversación, Matilde volvió ótra vez a interrogarlos sobre lo que ella<br />
comprendía que le ocultaban.<br />
—Bien, Matilde, dijo Antonio, habíamos conve<strong>nido</strong> en no decirte nada<br />
respecto a un incidente de nuestro viaje y que tuvo lugar en el Retiro, por no<br />
lastimar de nuevo la herida que de tu pecho ha manado tanta sangre; pero ya<br />
que te empeñas en saberlo, y que tú me has dicho que no te disgusra tratar de<br />
aquello que se roce con nuestra perdida hija, prepárate a oír y perdona: primero,<br />
que lo hubiéramos callado, y después, si con esto te causamos algún nuevo<br />
sufrimiento, haciéndote saber aquel incidente.<br />
en seguida, Antonio refirió a su esposa todo lo ocurrido con relación a<br />
aquel casual encuentro, en las calles <strong>del</strong> Retiro, ayudado por Rosa y Jaime, que<br />
le daban tal colorido al asunto y tal significación, que Matilde, durante esta<br />
narración, inmutándose, dejaba oír una respiración trabajosa, señal <strong>del</strong> estado<br />
de agitación en que se hallaba su ánimo.<br />
Y oyó hasta lo último sin interrumpir a los narradores y sin duda porque la<br />
emoción no la dejaba hablar, y cuando éstos terminaban, lanzando un hondo<br />
suspiro, para aliviar el pecho <strong>del</strong> gran peso que le oprimía, volvió a Antonio y<br />
le dijo:<br />
—Y... ¿qué piensas Toño de todo esto?<br />
—Pues... yo... nada. Que me parece aquello una coincidencia rara y que<br />
bien puede ser la niña, alguna parienta tuya, y por ese lado venga la semejanza<br />
con Rosa.<br />
Matilde que hasta allí había podido conservar su serenidad, parecía agitarse<br />
cada vez más en una terrible lucha interior, y llevando las manos al pecho<br />
exclamó:<br />
—Nó, Antonio, no es eso... aquí... aquí hay algo misterioso; aquí pasa, aquí<br />
sucede una cosa que está fuera de lo natural. A mí también me impresiona<br />
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