Lejos del nido
Lejos del nido Lejos del nido
* Lejos del nido —esta Ceja, vista de aquí, decía el joven desmontando de la mula, loco de entusiasmo y sin apartar los ojos del valle, semeja un jardín primoroso; un tablero de ajedréz; el galano y extendido manto de alguna orgullosa sultana, taraceado con cuadros multicolores de terciopelo. inspira esto, papá, inspira. Con razón fue tan poeta el vate de los tres gées que nació en este amenísimo huerto. Y como Jaime, al decir esto se quitara el sombrero, su padre riendo le observó así: —Míra que si pasa alguno te toma por loco. —Loco y tonto que me lo diga, sí llegando aquí no se detiene a admirar esta belleza de paisaje y no saluda la patria del poeta con sombrero en mano. —si es de estos contornos, el que llega, no lo esperes, pues todo el que se habitúa a ver una cosa, por buena que ella sea, acaba por no admirarla y ni siquiera por fijarse en ella. saciados, ya, de contemplar tan agradable perspectiva, siguieron andando y al dejar el camino que habían traído hasta allí, por serranías y entrar al del valle, Rosa y Jaime marcharon complacidos y en una sola sorpresa: ya elogiando el pintoresco pueblo de La Ceja del Tambo, ciudad notable por su sano clima, su aspecto lujuriante, y fundada sobre un plano ligeramente inclinado, con sus calles aseadas y rectas, toda esta ciudad figurando un jarrón de flores cuidado por hábil jardinero. Luego admirando los alegres camellones con florestas y casitas de campo a lado y lado, asomando detrás de las colgantes enredaderas que cobijan al naranjo, el árbol cosmopolita, al copado chirimoyo y al desparramado guamo amén de los huertos en donde campean los manzanares y enanos cafetos, bajo los cuales vegetan calladitos, el orégano, la yerbabuena y el poleo, perfumadores de aquellas campiñas. Las casitas campesinas a la orilla del camino invitando con su aspecto alegre y de confianza a entrar en ellas al pasajero, allá retiradas sobre alguna colina, como divisando tan risueño valle. Y más y más complacidos Rosa y Jaime, a medida que avanzaban en el viaje, encontrando a cada paso gentes de aspecto franco y risueño, expeditas, fáciles en el hablar; despejadas y frescas muchachas campesinas. el camino de La Ceja a Rionegro se extiende por el valle del riachuelo “Pereira”, trayecto al cual, y con razón, le dimos en alguna ocasión el nombre de “valle de los lirios”, cuando tratando de cierto asunto matrimonial de cíamos: * 228
* Juan José Botero Vivían Juana y Juan en su casita, A la orilla del río, Que riega y fecundiza con sus aguas el valle de los lirios. Después de admirar aquel conjunto de pequeños oteros, bosques, huertos, jardines y caserías, que forman como un solo parque de La Ceja a Rionegro, los viajeros llegaron a esta última ciudad, en donde saciaron su curiosidad; Rosa conociendo y tratando a las bellas rionegreras y visitando los floridos jardines que son proverbiales en este pueblo, y Jaime admirando todo lo que en él se roza con las heróicas leyendas de nuestra independencia: el monumento de mármol sobre el cual reposa la urna cineraria que guarda las cenizas del héroe de Ayacucho; la corona del triunfo que aquel guerrero envió del Perú de regalo a Rionegro, “el pueblo amado de su alma”, como él le llamó; la casa en donde vivió de niño, el mismo, con su hermano salvador; la en donde nació el heróico general Liborio Mejía, en cuyos brazos murió la primera República, cayendo él también sin vida en la misma tumba que sepultaba a su Patria; tumba que más tarde se abrió para ella, renaciendo de sus cenizas como el fénix de la fábula, quedando cerrada del todo para el bravo guerrero. También estuvo a visitar el edificio en donde, un caudillo vencedor, en contiendas caseras, reunió la Convención que dictara la libérrima y célebre constitución de 1863, tan aplaudida y defendida por unos, cuanto vituperada y atacada por otros, como todo acto político que se origina de nuestras guerras intestinas. Y visitaron también a Marinilla, floreciente ciudad en otro tiempo, como Rionegro, y hoy, a semejanza de su vecino, enlutecida y triste, llorando la ausencia de tanto hijo querido que ha ofrendado la vida en los campos de batalla, defendiendo con toda fe y valor, el ideal del credo político al cual están afiliados y en sentido opuesto, estos dos heroicos pueblos. Y conocieron todo lo que de glorias patrias guarda Marinilla, y sus lindas flores y sus hermosas mujeres, visitando la parentela que allí tenían por parte de su padre. Y siguieron el paseo a otros pueblos de Oriente, tornando a la capital de Antioquia, donde Rosa y Jaime, al conocer a Medellín, confesaron a Antonio, que en nada era inferior esta ciudad a Bogotá. * 229
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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />
—esta Ceja, vista de aquí, decía el joven desmontando de la mula, loco<br />
de entusiasmo y sin apartar los ojos <strong>del</strong> valle, semeja un jardín primoroso; un<br />
tablero de ajedréz; el galano y extendido manto de alguna orgullosa sultana,<br />
taraceado con cuadros multicolores de terciopelo.<br />
inspira esto, papá, inspira. Con razón fue tan poeta el vate de los tres gées<br />
que nació en este amenísimo huerto.<br />
Y como Jaime, al decir esto se quitara el sombrero, su padre riendo le observó<br />
así:<br />
—Míra que si pasa alguno te toma por loco.<br />
—Loco y tonto que me lo diga, sí llegando aquí no se detiene a admirar<br />
esta belleza de paisaje y no saluda la patria <strong>del</strong> poeta con sombrero en mano.<br />
—si es de estos contornos, el que llega, no lo esperes, pues todo el que<br />
se habitúa a ver una cosa, por buena que ella sea, acaba por no admirarla y ni<br />
siquiera por fijarse en ella.<br />
saciados, ya, de contemplar tan agradable perspectiva, siguieron andando<br />
y al dejar el camino que habían traído hasta allí, por serranías y entrar al <strong>del</strong><br />
valle, Rosa y Jaime marcharon complacidos y en una sola sorpresa: ya elogiando<br />
el pintoresco pueblo de La Ceja <strong>del</strong> Tambo, ciudad notable por su sano clima,<br />
su aspecto lujuriante, y fundada sobre un plano ligeramente inclinado, con sus<br />
calles aseadas y rectas, toda esta ciudad figurando un jarrón de flores cuidado por<br />
hábil jardinero. Luego admirando los alegres camellones con florestas y casitas de<br />
campo a lado y lado, asomando detrás de las colgantes enredaderas que cobijan<br />
al naranjo, el árbol cosmopolita, al copado chirimoyo y al desparramado guamo<br />
amén de los huertos en donde campean los manzanares y enanos cafetos, bajo<br />
los cuales vegetan calladitos, el orégano, la yerbabuena y el poleo, perfumadores<br />
de aquellas campiñas. Las casitas campesinas a la orilla <strong>del</strong> camino invitando<br />
con su aspecto alegre y de confianza a entrar en ellas al pasajero, allá retiradas<br />
sobre alguna colina, como divisando tan risueño valle.<br />
Y más y más complacidos Rosa y Jaime, a medida que avanzaban en el viaje,<br />
encontrando a cada paso gentes de aspecto franco y risueño, expeditas, fáciles<br />
en el hablar; despejadas y frescas muchachas campesinas.<br />
el camino de La Ceja a Rionegro se extiende por el valle <strong>del</strong> riachuelo<br />
“Pereira”, trayecto al cual, y con razón, le dimos en alguna ocasión el nombre<br />
de “valle de los lirios”, cuando tratando de cierto asunto matrimonial de cíamos:<br />
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