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Juan José Botero<br />
que ya... ya se rueda. Luégo unas rosáceas grietas en la tierra, trabajaderos<br />
de minas, que bien figuran las decarnadas úlceras de un leproso, y más abajo,<br />
en las estrechas vegas <strong>del</strong> río, los rizados guaduales, semejando penachos de<br />
plumas que le adornan el casco a algún guerrero, y bosques de ceibas, cámburos,<br />
suribios y guayacanes; y sitios poblados de arbustos graciosos, en los<br />
cuales se enredan lianas o bejucos con vistosos ramilletes de flores, y yedras<br />
caprichosas: y por en medio de estos bosques y setos, corriendo majestuoso<br />
al atronador “Arma”, en cuyas riberas se alza la algarabía más infernalmente<br />
cadenciosa de los guacamayos, loros, pericos, yátaros, gulungos, gurrías,<br />
paugiles... el grito <strong>del</strong> guacó, que pregona su nombre, el de los monos en<br />
tono tan bajo y profundo, que así se nos figura el hervor de las calderas <strong>del</strong><br />
diablo. Y esto, los huracanes y ventiscas de las sierras altas, el ruido de miles<br />
de cascadas y vertiginosas ráudas, formadas: unas por el mismo “Arma”, otras<br />
por el “Aures”, aquel despeñado río tan poéticamente cantado por nuestro<br />
bardo Gutiérrez González, y otras y muchas otras, por tanto riachuelo, tanto<br />
arroyo, tanta fuente, que no corren sino que se descuelgan en saltos de la<br />
cordillera al río... todo esto, decimos, forma el más grandioso panorama, el<br />
más bello paisaje que pueda abarcar en un solo golpe la mirada humana, y<br />
eso sin contar el encanto que le da al cuadro el ser visto, particularmente<br />
al medio día, como al través de un cristal azulino y en continua titilación,<br />
debido a las capas de aire, heridas por el sol, que se interponen entre aquella<br />
espléndida, cuanto escabrosa naturaleza, y nuestra mirada.<br />
La cuenca <strong>del</strong> río “Arma”, en la parte que venimos describiendo, es más<br />
allá de imponente, sintiendo, muy de veras, la estrechez de nuestras ideas<br />
y escasez de dicción, para describir fielmente tan hermosa y dilatada hondonada.<br />
Pero si tanta magnitud y belleza ostentó a la vista de Rosa y Jaime el<br />
“Cañón de Arma”, y para ellos quedó esto de inolvidable recuerdo, <strong>del</strong>iciosa<br />
fue su llegada a “Alto Pelado”, cuando llevando la mirada al valle de La Ceja<br />
y Rionegro, en nada desmintió el buen concepto que de este panorama se<br />
había formado.<br />
—sí, señor, exclamó Jaime alborozado, un remedo de la sabana de Bogotá<br />
es esto, papá, siendo más hermoso, superior en belleza, el que remeda que el<br />
remedado.<br />
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