Lejos del nido
Lejos del nido Lejos del nido
* Lejos del nido las huellas descubiertas, en persecución de los que se creía fueran los raptores de la niña. en el pueblo se supo “la desgracia de san Pablo”, como se siguió llamando la desaparición de filomena, bien entrada la noche y fue entonces cuando vino a verse más de relieve, toda la estimación que allí se tenía por la familia de Antonio; porque, puede decirse, no hubo una persona que mirara con indiferencia aquel suceso, y que todos los vecinos, cual más, cual menos, pusieron su contingente de trabajo en solicitud de la niña. el Alcalde, su secretario y muchos acompañantes, se pusieron en marcha a pesar de la noche oscura, lluviosa y fría. el funcionario al llegar, inició el sumario, tomando por base la declaración del atontado sirviente, y los demás entraron en campaña y en diferentes direcciones, buscando, inquiriendo, escudriñando en solicitud tan cuidadosa, que no dejaron rincón que no examinaran ni vecino con quien no tocaran… Dijimos que Juan siguió el primero en dirección de las huellas que partían de la portada y agregamos ahora, que a éste acompañaba su hijo mayor, llevando un pequeño farol en la mano. estos dos servidores de la hacienda, sin arredrarse por la tempestad, calados de agua hasta los huesos y con el lodo a la rodilla, anduvieron a paso largo toda la noche, en persecución de los raptores, porque para ellos no había duda de que filomena habla sido robada por aquellos dos indios, que “parecían mesmitamente el diablo”, como dijo el sirviente, pero toda esta caminata fue en balde, dejando atrás a los que perseguían, aunque llevando el mismo camino. Otra vez los pequeños incidentes, los hechos o cosas al parecer insignificantes, decidiendo de la suerte futura de un ángel. Poco avisados los perseguidores. un farolillo, un pequeño farol, que si bien con su luz mortecina señalaba el sendero a ellos, a los perseguidos les sirvió de aviso, y tuvieron tiempo de acurrucarse a la vera del camino, quedar allí sin ser vistos, dejando pasar a la nocturna ronda. un soplo, un ligero soplo de aire que apague la luz y filomena se salva. Como hemos dicho, la noche en que nos ocupamos fue feroz. Parecía que en ella se hubieran desencadenado todos los elementos. Los relámpagos * 24
* Juan José Botero y los rayos menudeaban. el huracán bramaba. Los truenos retumbaban por aquellas hondas cañadas y cuajados montes, semejando los fieros rugidos de un monstruo. Los indios con su aspecto diabólico, eran iluminados por la luz de los relámpagos, formando un notable contraste, sus caras de réprobos, con la dulce y angelical de la niña que en brazos llevaban. ¡Pobre filomena, tan tierna y delicada! ¿Qué iba a ser de ella sin las tiernas caricias de sus padres y la compañía de sus hermanos?... ella, al fin, sin darse cuenta de lo que le pasaba, por su corta edad, con el maltrato del camino y desvanecida con el sereno de la noche, cayó en una especie de sopor, parecido al sueño, mientras los indios tomaban mas aliento y huían con la presa a todo andar. Así, que, cuando las primeras claridades del día vinieron a alumbrar la vía que seguían aquellos malvados, se avecinaban a la gran hoya que forma el río “Arma”, y allí, conocedores de algunas sendas de poco uso, dejaron el camino real y esquivando el ser vistos, anduvieron hasta llegar a “el Arenal”, paraje donde tenían su habitación... Pero volvamos a la hacienda de “san Pablo”. ¡Qué de pesquisas para averiguar el paradero de filomena; la realidad de tan misterioso suceso! Y, ¡qué de lágrimas!, qué de desaliento!, ¡qué de postración de la madre que iba perdiendo la esperanza de recuperar a la hija! ¡Pobre Matilde! Con las sombras que vinieron a oscurecer el cielo de aquella tarde sin nubes, quedó también oscuro y nublado, para siempre, el cielo de su felicidad! ¡Pobre esposa! Difícil, muy difícil seria describir los padecimientos que tuvo aquella noche, cuando lamentando la ausencia de su esposo, cansada dé llorar y de llamar a la hija, se dejó caer moribunda, casi desmayada sobre una silla: mustio y de sencajado el semblante, pálida, llorosa y extraviada la mirada, denotando algo así como el principio de la locura. A nadie contestaba si le interrogaban; sus dientes de marfil se chocaban; en sus labios se notaba un ligero temblor, dando ésto paso, de vez en cuando, a una sonrisa de mortal amargura, más desgarradora aún que el mismo llanto. * 25
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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />
las huellas descubiertas, en persecución de los que se creía fueran los raptores<br />
de la niña.<br />
en el pueblo se supo “la desgracia de san Pablo”, como se siguió llamando<br />
la desaparición de filomena, bien entrada la noche y fue entonces cuando vino a<br />
verse más de relieve, toda la estimación que allí se tenía por la familia de Antonio;<br />
porque, puede decirse, no hubo una persona que mirara con indiferencia aquel<br />
suceso, y que todos los vecinos, cual más, cual menos, pusieron su contingente<br />
de trabajo en solicitud de la niña.<br />
el Alcalde, su secretario y muchos acompañantes, se pusieron en marcha<br />
a pesar de la noche oscura, lluviosa y fría.<br />
el funcionario al llegar, inició el sumario, tomando por base la declaración<br />
<strong>del</strong> atontado sirviente, y los demás entraron en campaña y en diferentes direcciones,<br />
buscando, inquiriendo, escudriñando en solicitud tan cuidadosa, que no<br />
dejaron rincón que no examinaran ni vecino con quien no tocaran…<br />
Dijimos que Juan siguió el primero en dirección de las huellas que partían<br />
de la portada y agregamos ahora, que a éste acompañaba su hijo mayor, llevando<br />
un pequeño farol en la mano.<br />
estos dos servidores de la hacienda, sin arredrarse por la tempestad, calados<br />
de agua hasta los huesos y con el lodo a la rodilla, anduvieron a paso largo toda<br />
la noche, en persecución de los raptores, porque para ellos no había duda de que<br />
filomena habla sido robada por aquellos dos indios, que “parecían mesmitamente<br />
el diablo”, como dijo el sirviente, pero toda esta caminata fue en balde, dejando<br />
atrás a los que perseguían, aunque llevando el mismo camino.<br />
Otra vez los pequeños incidentes, los hechos o cosas al parecer insignificantes,<br />
decidiendo de la suerte futura de un ángel.<br />
Poco avisados los perseguidores.<br />
un farolillo, un pequeño farol, que si bien con su luz mortecina señalaba<br />
el sendero a ellos, a los perseguidos les sirvió de aviso, y tuvieron tiempo de<br />
acurrucarse a la vera <strong>del</strong> camino, quedar allí sin ser vistos, dejando pasar a la<br />
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un soplo, un ligero soplo de aire que apague la luz y filomena se salva.<br />
Como hemos dicho, la noche en que nos ocupamos fue feroz. Parecía<br />
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