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Lejos del nido

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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />

—Vea, mana Luisa...<br />

—¡Andrea!, le interrumpió la viuda, ahora que nos hallamos solas, y antes<br />

que entre en explicaciones de lo que piensa decirme, oiga: ¿por qué no deja<br />

ese tratamiento de mana, que usted me dá? Yo bien veo que es por seguir la<br />

costumbre de las gentes que nos rodean, y que diariamente se rozan con nosotras,<br />

tratamiento por cierto muy simpático, porque es el de hermana y todos<br />

somos hermanos en Jesucristo, pero... la sociedad es muy exigente. Ya ve usted,<br />

las pretensiones <strong>del</strong> niño Luciano, la revelación de mi comadre, usted, Andrea,<br />

usted misma, su porte, su modo de ser tan aseñorado... todo, todo esto exige…<br />

—No, señora, dijo Andrea, será como usted dice; pero para mí, de no darle<br />

el dulce nombre de madre (que así lo quisiera), por lo menos el que le doy.<br />

—Bien, pero entonces que sea, en lugar de mana, hermana, así se disimula<br />

un tanto, ya que por lo que dije no me llamará Luisa a secas como debía<br />

hacerlo.<br />

—Bueno mana... no le digo, si es que estoy tan acostumbrada, bueno hermana,<br />

le voy a contar un secreto lo más bobo.<br />

—Qué le parece que un día abrí el baúl que trajimos de “el Arenal”, y<br />

encontré en él una batica o camisa pequeña de género fino, aunque un poco<br />

mareada, marcada con unas letras que no conocí entonces. Y mire ma... hermana:<br />

me impresionó eso tanto, y allí la dejé.<br />

—Pues curioso está el cuento, dijo Luisa y abrió el baúl, rebujándolo sin<br />

dar con la tal prenda.<br />

Andrea, en el colmo de la ansiedad, al ver aquello, le dijo a Luisa:<br />

—¡Qué tal que ya no estuviera!<br />

Más ella que termina la exclamación y Luisa que de en medio de una porción<br />

de harapos saca la bata.<br />

La niña, al verla, dió un grito y casi se va a tierra, sintiendo de nuevo<br />

aquello que sintió la víspera <strong>del</strong> viaje al Cauca, algo así como el perfume de<br />

su perdido hogar, y nerviosa se apoderó de ella, la llevó a los labios y la besó,<br />

y la acercó a los ojos y con llanto la humedeció, y contra su inmaculado seno<br />

la estrechó.<br />

Luisa, sin saber por qué, sintió un rudo estremecimiento a la vista de tan<br />

curioso objeto y dejó que Andrea se calmara para entrar a reconocerlo. Ya sosegada<br />

ésta, Luisa le dijo:<br />

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