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Juan José Botero<br />
—¡Qué dicha! ¡señora!<br />
—Tal vez con el niño Luciano sacaremos algo en limpio, pues lo que soy<br />
yo no doy...<br />
—eso es predicar en disierto, dijo ña Tomasa, encendiendo el cigarro y<br />
llevándolo a la boca con el fuego por dentro.<br />
—escuche, Andrea, tornó Luisa, siempre en su preocupación, usted no<br />
recuerda nada de peqüeñita? eso que me ha contado tantas veces, de ver a<br />
una señora y como que le que le abre los brazos y como que le llama con otro<br />
nombre que no es el de Andrea, y a unos niños…vea… si puede, haga un<br />
esfuerzo por acordarse de alguna cosa pasada, de algo que usted viera antes<br />
de ser traída a “el Arenal”… ese nombre de don Juan Pablo no le, dice a<br />
usted nada?, no le trae algún recuerdo?... piense... piense, mi hija, repita en<br />
su memoria.<br />
Andrea que se hallaba sentada en el banco de la cocina, dejó caer la cabeza<br />
entre las manos, apretándose las sienes como para exprimir el pensamiento y<br />
sacar alguna luz de aquel caos; pero nada. el mismo vago recuerdo de siempre,<br />
la misma hermosa mujer de sus sueños, allá de pie en el ancho corredor de una<br />
casa... unos niños correteando en un llano muy limpio bajo unos árboles, que<br />
parece que le llaman con aquel nombre que no es el de... sí, no és, no lo és, dice<br />
ella; pero de allí no pasa; hasta allí llegan sus confusos recuerdos, para volver<br />
a la realidad de la vida presente, y sollozando se lleva a los labios su pequeñita<br />
imagen de la inmaculada y así le habla.<br />
—Madre!, ¡madre querida!... Mi hermosa María!, dádme un poco de tu<br />
luz divina para alumbrar esta terrible noche de mis recuerdos… eres tú madre<br />
mía? eres tú la que acabo de ver, cerrando los ojos, o es otra madre, mi verdadera<br />
madre, la que me dió el ser que me llama...<br />
Y Andrea seguía estrechando el cuadro contra su corazón...<br />
Después <strong>del</strong> almuerzo, y cuando le habían dado el mejor arreglo a la casa,<br />
Andrea, a quien hacía tanto tiempo perseguía el recuerdo de aquella pequeña<br />
bata, que dormía en el asiento <strong>del</strong> baúl de Romana, entre si se resolvía o nó a<br />
decírselo a Luisa, anduvo un rato, pensando, que esa extraña prenda de vestido<br />
allí podía implicar mucho, conexionado con la revelación de la difunta.<br />
Al fin se resolvió, y temblando como si intentara cometer alguna mala<br />
acción, llamó con mucho sigilo a Luisa para la sala de la casa y en voz baja<br />
le dijo:<br />
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